Upon Entry

El control de aduanas y las contraseñas de acceso en las relaciones con los otros

Lector Impertinente.

Noviembre/23.

 

 

¿Quién no se ha puesto nervioso en la cola ante la policía de aduanas en un aeropuerto estadounidense? ¿A quién no le ha temblado la voz con las (no tan) rutinarias preguntas y el gesto torvo de los oficiales? ¿Quién no ha dudado a la hora de rellenar el papeleo necesario para la entrada en el país? ¿Quién no ha sudado un poquito por los nervios con el equipaje de mano, los pasaportes en qué bolsillo, los líquidos, los papeles, los billetes, las miradas torticeras y el horario que se echa encima por la necesaria conexión con un vuelo posterior?

 

Alberto Ammann y Bruna Cusí son una pareja -venezolano él, española ella- dispuesta a empezar eso que se da en llamar nueva vida (que es como la antigua, pero separada por una mudanza) en Estados Unidos. Toda la cinta de Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vasquez, que ya sorprendiera en el Festival de Austin y en el de Málaga, discurre de interrogatorio en interrogatorio en las oficinas de la aduana americana en una suerte de muy atinada actualización de 'El proceso'.

Lo que para Kafka quería ser entre otras muchas cosas metáfora de la eliminación del individuo (austrohúngaro o no), ahora es más bien simple humillación del austrohúngaro (individuo o no). Solo eso.

La película crece de la mano de unas interpretaciones tan pautadas y medidas (ya sumamos cuatro) como el propio ritmo impecable e implacable de una cinta que se esfuerza en erigir, y lo logra, un monumento a la claustrofobia. Agobia hasta el sudor cada segundo. No hay forma de contradecir ni uno solo de los planos de este diamante transparente, duro y perfecto. Todas hieren, la última mata.

¿Quién no se ha puesto nervioso en la cola ante la policía de aduanas en un aeropuerto estadounidense? ¿A quién no le ha temblado la voz con las (no tan) rutinarias preguntas y el gesto torvo de los oficiales? ¿Quién no ha dudado a la hora de rellenar el papeleo necesario para la entrada en el país? ¿Quién no ha sudado un poquito por los nervios con el equipaje de mano, los pasaportes en qué bolsillo, los líquidos, los papeles, los billetes, las miradas torticeras y el horario que se echa encima por la necesaria conexión con un vuelo posterior?

Y todo esto, yendo de turista. Cuanto más en la tesitura que prepara la excelente película española Upon Entry (La llegada), dirigida por los venezolanos afincados en Barcelona Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vásquez: una pareja de treintañeros formada por una bailarina catalana y un urbanista venezolano, dos personas como cualquier otra, con la vista puesta en su nueva residencia en Miami, para lo cual llegan a territorio estadounidense con los papeles en regla y su permiso para inmigrantes logrado con la lotería de visas, el programa oficial para ciudadanos de países con bajo índice migratorio a EE UU. Un brillante ejercicio de tensión, un thriller conversacional sin pistolas ni crímenes, con apenas un puñado de personajes y cerca del tiempo real. Setenta minutos de angustia psicológica que cambian la vida de los dos protagonistas, que entran en el aeropuerto siendo unos y salen de él siendo otros.

Un control de aduanas puede servir de metáfora de diversos escenarios. Es lo que representa, y también lo que revela. Es lo que representa para los que intentan acceder a otro espacio, y lo que representa para los que escrutan con sus preguntas qué hay de ficción conveniente o realidad en las respuestas. Pero también puede conllevar un acceso a una realidad que se ignora en quien piensas que es como crees, o necesitas creer como es. Quizás la realidad, la relación, que vives no sea como crees que es. La ópera prima de los cineastas venezolanos Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vásquez, la producción española Upon entry (2023), es un austero, tenso y preciso ejercicio sobre los frágiles cimientos sobre los que circulamos en la realidad. Son escasos los espacios: el interior de un coche en el que se nos presenta a la pareja que forman un urbanista venezolano Diego (Alberto Ammann), y la bailarina española Elena (Bruna Cuni); el interior del avión en el que han cruzado un océano para reiniciar su vida en Estados Unidos; y los sucesivos compartimentos del control de inmigración, sobre todo los despachos de inspección secundaria en los que son interrogados como si fueran exprimidos. ¿Hay fundamento en su implacabilidad o es excesivo su celo susceptible?

La planificación, sobre todo adherida a los rostros, a los gestos y a las reacciones de los personajes, sedimenta una narración progresivamente tensa. Ya patente en la forma de conducirse y en la expresión de Diego en el primer control, en el que esperan que sus visados sean aprobados para que pueden coger, dos horas después, el avión a Miami, donde viven los tíos de Diego. Parece la tensión de quien siente la realidad como una sucesión de controles de aduana, como si la realidad fuera inestable sea donde fuere desde que abandonara su país, Venezuela, cuya realidad parecía caracterizada por la violencia de la inestabilidad. O quizá sea la tensión de quien teme que la cortina de humo de su ficción sea desvelada. 

Esa incógnita queda suspendida en la narración cuando ambos se vean sumidos en una circunstancia en la que se sienten tan impotentes como desamparados. No explicitan el motivo por el que les conducen a otro departamento, y por qué les incomunican (sustrayéndoles los móviles). Les convierten en personas expuestas a otras voluntades cuyas motivaciones ignoran. La realidad, por unos instantes, se ve desprovista de signos de referencia.

Un giro, una información que un componente de la pareja desconocía del otro, amplía la inestabilidad a la propia percepción y concepción de la relación. Un cambio de enfoque que viene reflejado, con agudeza, por un cambio en la planificación, una sucesión de planos laterales de un rostro que, de repente, mira a su pareja como si fuera otra persona. En su mirada se aposentan las interrogantes, por lo que el escenario de la relación se ve desestabilizado. El diseño sonoro, los ruidos de unas obras en los pasillos de esa sección de despachos, acrecienta el enrarecimiento y el desvalimiento de la pareja durante los sucesivos interrogatorios, sea primero por la agente Vásquez (Laura Gómez) a la que se unirá, posteriormente, el agente Barrett (Ben Temple), como si el cerco se ampliara. Su realidad se desmorona progresivamente durante unas horas en las que un control de aduana reconfigura de modo radical la percepción y concepción de su relación.


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