Mantícora

Lector Impertinente.

Mayo/23

 

Todos tenemos zonas oscuras, ¿es más monstruo este hombre que otros que tampoco quieren o pueden reconocer sus zonas de tinieblas?

 

 

Nadie quiere sufrir. Tampoco el "monstruo" más abominable. Pero cuando el arte, en este caso el cine, humaniza a un personaje al que la sociedad ha juzgado como un engendro indeseable, sin duda se enfrenta a un tsunami de críticas airadas y de ciudadanos escandalizados. El cineasta Carlos Vermut, autor de un cine incómodo y, consciente o no, altamente provocador, se arriesga a ello con su nueva película, Mantícora, historia de un joven pedófilo, atormentado por sus deseos, a los que intenta resistirse, y que solo busca amor.

Nominada a dirección, guion, actor (Nacho Sánchez) y actriz revelación (Zoe Stein) en los 37º Premios Goya, la película presenta a este hombre angustiado, Julián, que cuando conoce a Diana se ilusiona pensando que va a poder vivir feliz y en paz. Mientras tanto, encuentra en la realidad virtual –es diseñador de videojuegos– una forma de escapar a la amenaza que le asalta en la vida real. Con ello, el cineasta reabre debates sustanciales, ¿puede la ficción aliviar la agresión social e individual?, ¿hay grados de monstruosidad?, ¿es de algún modo beneficiosa la cancelación?

Todos tenemos zonas oscuras, ¿es más monstruo este hombre que otros que tampoco quieren o pueden reconocer sus zonas de tinieblas?

Esa es una pregunta para la sociedad, que es la que le califica como monstruo y eso se muestra en la película. Cuando descubren a Julián, le dan la espalda. Se recoge lo que la sociedad piensa de este tipo de personas y usamos esa palabra, "monstruo", porque es la manera en que la sociedad las define.

La película plantea el debate de cuánto confundimos realidad y ficción, en un mundo en que las personas crean personajes para sus redes sociales, donde nos invade la ficción... ¿Vivimos más la ficción que la realidad?

La representación es muy interesante, cómo nos relacionamos y hasta qué punto las líneas entre lo ficticio y lo real se diluyen y cómo afecta eso a la vida real. Es el gran debate de la película, se plantea más el debate sobre la representación que sobre la propia conciencia del personaje. Cómo nos relacionamos con esas representaciones.

Tampoco hay una teoría, una conclusión. Es verdad que se ve cada vez más la cultura del avatar y cómo eso se va incorporando a nuestras realidades. El hecho de que una persona asuma una identidad está relacionado con la cultura del avatar. Muchos jóvenes que juegan a videojuegos están acostumbrados a que son personajes, son otra persona. Es muy interesante esa relación que existe entre la imagen virtual y la realidad

¿Blanqueamos actos y a personas reprobables por el hecho de tratar de comprenderlos o por responderles con la más básica ternura humana?, ¿por qué con algunas enfermedades mentales aceptamos la necesidad de curación y somo tolerantes con ellas, y con las que tienen un trasfondo sumamente detestable que conlleva actos inhumanos no hacemos un ejercicio general de comprensión y sólo respondemos con asco y rechazo? Pero, además, como plantea Sara Mesa en su novela "Cicatriz", ¿es más puro el que no llega a hacer lo que piensa que el que sí lo hace?

De muchas maneras, todo ello está en el arriesgado trasfondo que maneja Carlos Vermut en "Mantícora", una propuesta suicida en lo popular pero intelectualmente relevante, de una trascendencia que sólo poseen los grandes autores que hablan de los mayúsculo, de lo real, de lo sincero, de su tiempo. Y en ese ejercicio de seducción mental, "Mantícora" se convierte en una película descomunal, original, turbadora, honesta, desconcertante. Tan gigantesca como la monstruosidad por la que se adentra turbiamente, arrastrándonos elegantemente hacia territorios mental y artísticamente tan arriesgados como horripilantes.

El inteligente uso del subtexto o de los elementos narrativos, como el lenguaje metafórico del arte, los monstruos, la realidad virtual, el mundo de los videojuegos, la vida en soledad, el fuego o el humo, subrayan la clara intencionalidad de un autor que sabe manejar su relato con objetivos muy claros, llevando al espectador al lugar deseado.

Una película que crece y crece tras su visionado, de una coherencia inquebrantable, mitológica, y con espíritu de remover, de conmover, y de abrir preguntas tabúes, deseando no vernos en tesituras éticamente tan complejas de asumir.

Reitero: Protagonizada por Nacho Sánchez, formidable en su mimetización de lo enfermizo, y por la atrayente y delicada Zoe Stein, maravillosos en sus roles, la película hace visible la importancia del vínculo humano y la necesidad del amor, algo tan luminoso y perdurable como la fascinante negrura de su historia, enraizándose así toda la extensión emocional que esconde "Mantícora", la última gran obra maestra del cine español contemporáneo.


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