Platónico

Lector Impertinente.

Julio/23

 

 

 

Después de abandonar una carrera profesional como abogada, Sylvia (Byrne) decidió dedicarse a criar a sus tres hijos, y ocuparse de la casa en la que vive junto a su marido Charlie (Luke Macfarlane). Y si bien ella manifiesta no arrepentirse de tomar esa decisión, sus nulas perspectivas laborales le suponen un leve remordimiento.

 

 

Rose Byrne y Seth Rogen demostraron una gran química en el díptico de Buenos vecinos. En esas películas, interpretaban a un matrimonio que atravesaba la mediana edad, aunque el foco estaba puesto en la rivalidad que los dos establecían con personajes externos a la pareja. La buena relación entre ellos dio pie a una nueva colaboración profesional, una comedia que no los encuentra en un rol de pareja, sino de mejores amigos. Y desde ese lugar, Platonic reflexiona sobre cómo sobrellevar las frustraciones personajes y laborales durante los cuarenta y pico.

Después de abandonar una carrera profesional como abogada, Sylvia (Byrne) decidió dedicarse a criar a sus tres hijos, y ocuparse de la casa en la que vive junto a su marido Charlie (Luke Macfarlane). Y si bien ella manifiesta no arrepentirse de tomar esa decisión, sus nulas perspectivas laborales le suponen un leve remordimiento. Su vida social tampoco atraviesa un gran momento, y sus principales salidas consisten en llevar y traer a los chicos del colegio. Quizá por sentir que su cotidianidad se reduce cada vez más, es que Sylvia se niega a retomar contacto con Will (Rogen), un viejo amigo del que se distanció hace años luego de tener una fuerte pelea. Pero cuando ella descubre que Will sufrió una decepción amorosa, no duda en escribirle y de esa manera, retomar esa amistad de códigos adolescentes y de un ácido sentido del humor que solo ellos parecen compartir.

La vida de los dos no puede ser más distinta, y mientras Sylvia está agobiada por las obligaciones familiares, él vive sin ataduras emocionales y se dedica a hacer crecer su emprendimiento laboral. Pero poco a poco, el estilo de ambos comenzará a contagiar al otro, con todo lo bueno y lo malo que eso significa

Platonic no juega a coquetear con una posible relación romántica entre sus protagonistas, ni a sugerir que ellos pueden mirarse con ojos que vayan más allá de la amistad. Will y Sylvia son cómplices, comparten sus frustraciones e intentan ayudarse de formas poco ortodoxas, pero siempre efectivas. “Por favor, usa tu carisma y tacto como siempre” le dice ella a su compañero, cuando él está a punto de vomitarle una verdad incómoda.

Hay una idea alrededor de Platonic que puede resultar pesimista, aunque no por eso menos verdadera: los protagonistas solo son capaces de revelar su esencia cuando están el uno con el otro, algo que no les sucede frente a sus parejas o compañeros de trabajo. De ese modo, el postulado de esta ficción tiene que ver con la importancia que supone encontrar a esa persona con la que alguien puede ser uno mismo, sin temor a hablar de forma despojada o cínica sobre el problema que sea, por más miserable que resulte

Platonic reflexiona sobre la importancia de amigarse con las propias amarguras, y la serie ilumina al mostrar que como reza el dicho, “siempre hay un roto para un descosido”. En este caso, eso surge a través del modo en que Sylvia y Will se redefinen a través de ese vínculo que los completa de un modo que nada (ni nadie) más puede hacerlo. A ojos de los extraños, esa amistad es agobiante y hasta dañina, pero es indudable que los protagonistas encuentran en esa relación una bocanada de verdad en un contexto de falsedades, en donde todos parecen saborear éxitos salvo ellos. Will y Sylvia escupen realidades incómodas a quienes los rodean, y si bien el mundo les dice que su vínculo es tóxico, ellos lo necesitan como un recreo de tanta mentira.

La idea original le da un giro a lo esperable. Sylvia (Byrne) es una madre de tres hijos, abogada que dejó su carrera para dedicarse a ellos mientras que su marido, Charles (Luke Macfarlane) siguió con su profesión y acaba de ser ascendido a socio de su firma. En crisis, Sylvia se entera que su viejo amigo de la universidad, Will (Rogen), se ha separado de su pareja y lo va a visitar sin admitir que sabe lo que sucedió. Pero no lo hace –al menos no necesariamente– en plan «ver qué onda», sino para reencontrarse un poco con sí misma, con esa persona más jovial, divertida y menos responsable que solía ser.

Will tiene una vida muy distinta. Es un brewmaster que crea originales cervezas en un bar de Los Angeles del que es en parte dueño. Es el típico hipster de la ciudad, con su pelo teñido, sus camisas de colores, gorritas flojas, pantalones cortos, etcétera. Todo lo opuesto a la madre formal que lleva y trae a sus hijos del colegio que es Sylvia. Pero al mezclarse sus vidas todo pasa a desbarrancarse, en un sentido más caótico que serio. Como en un dibujo animado, casi nada de lo que pasa tiene reales consecuencias –se enojan y se amigan a los dos segundos, el bastante bobalicón marido de ella no la cela casi nunca– y de ahí en adelante pasan a, básicamente, chocarse contra objetos durante ocho o nueve episodios.

Rogen tiene talento para la comedia física –bah, le gusta hacerla, producirla, actuar en ellas– pero su fuerte tiene que ver más con su humor verbal, algo que aquí está bastante desaprovechado. Y si bien la decisión de la dupla creadora de apostar a la comedia clásica es más que valiosa, por momentos uno espera que la propia idea de la serie –la de encontrar en los buenos y viejos amigos una forma de superar la crisis de la mediana edad– cobre algún peso emocional. Pero es claro que aquí se han planteado jamás abandonar el «accidente» como motor de la trama (romper un cuadro, dejar sin luz una fiesta, destrozar un quincho, drogarse de más, romper scooters una y otra vez y así) y al fin de cuentas la apuesta se torna cansina y repetitiva.

Esta es una serie que brilla por su honestidad porque es capaz de acompañar desde el humor, el dolor de sus protagonistas. Will y especialmente Sylvia son muy severos en el modo en que se miran a sí mismos, y sufren mucho esas batallas que consideran perdidas (el no progresar, o el no madurar según determinados cánones). Sin embargo, la serie les da un refugio en esa amistad simbiótica y descontracturada. Y ahí está el alma de Platonic, en el proponer un salvavidas en forma de aprender a relajarse a los cuarenta, como si fueran los veinte.

 

 

Así que, en conjunto, muy buenas noticias: tanto el formato como las interpretaciones y las situaciones en las que se ven envueltos los protagonistas están plenamente destinados a hacer pasar un buen rato a la audiencia. Y da en el blanco.


Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios