La fractura
Lector Impertinente.
Abril/23
Un trabajo que supone una nueva incursión tras las cámaras de una veterana realizadora gala que se presentó en la Sección Oficial del Festival de Cannes 2021.
Aun cuando ocupan un papel preponderante entre nuestras preocupaciones recurrentes, los retratos directos a problemáticas endémicas de los sectores públicos no son tan frecuentes en el acervo cinematográfico. Y menos aún si abandonamos el paraguas genérico del drama social. La comedia en su mejor expresión es el vehículo perfecto para despedazar despiadadamente nuestras mayores miserias, pero en tiempos recientes encontramos pocos casos de comedia militante como la que abordamos en el presente artículo.
Un trabajo que supone una nueva incursión tras las cámaras de una veterana realizadora gala que se presentó en la Sección Oficial del Festival de Cannes 2021 con poco revuelo mediático pese a una inesperada aceptación crítica: La fractura, dirigida por Catherine Corsini y protagonizada por una volcánica Valeria Bruni Tedeschi. Un filme de fresca premisa narrativa que auguraba emociones fuertes y sensaciones tonales singulares. Esto se puede corroborar tras el visionado, pero no es óbice de que la película funcione a medio gas. Una propuesta que ofrece un atractivo abanico de soluciones expresivas, pero que también gasta la efectividad de sus cartas demasiado pronto.
Corsini expande su conflicto en estallido perpetuo en dos subtramas que se construyen en paralelo en un mismo espacio. Dos subtramas de pocos personajes que, para presentarse transmitiendo una mayor visceralidad, se desarrollan durante un espacio de tiempo de pocas horas, logrando la siempre eficaz sensación de relato que sucede prácticamente en tiempo real. Una olla a presión de implicación inmediata. Un puzle entre paredes con puntuales escapadas a la confrontación social en las calles que apuesta por la histeria y la pérdida de control de los humanos ante una situación límite. Un viaje de ruido, furia e histrionismo, verbo rápido y violencia corporal en el alambre de la colisión física.
Si estos ingredientes habitualmente se vinculan a la incomodidad y al desagrado, aquí se combinan en beneficio de una comedia ácida y eficaz, sobre todo en los primeros compases del metraje.
Una comedia que no resta un ápice de gravedad a su preciso retrato de la saturación sanitaria, en absoluto habitual en el cine europeo, ni de compromiso social con la denuncia de una situación insostenible que los grandes gobiernos democráticos de nuestro tiempo deberían procurar solucionar con urgencia. Cine político sin soflamas ni didactismos.
Para lograr con mayor impacto sus objetivos tonales, el filme dispone de un incombustible recurso al que saca el máximo partido: esa bomba de relojería llamada Valeria Bruni Tedeschi. Un torrente gestual de histeria y furia que baña de carisma cada fotograma que puebla, capaz de dotar de una entrañable fragilidad desgarrada a un personaje conflictivo que habría resultado antipático en las manos de otra actriz. Una paciente que pierde el control de la disposición temporal de su conflicto, que bascula entre el orgullo y el deseo y ejerce de faro que nos guía en la noche aciaga. La odisea de frustración la impulsará a desarrollar un improbable vínculo con el personaje de Pio Marmai, demostrando que, en las conexiones contingentes de personajes radicalmente opuestos, forzados a entenderse tras sus diferencias iniciales ante la adversidad de la aventura, los realizadores pueden disponer de un dispositivo de implicación emocional cuyo empaque no por conocido se evapora.
Así mismo, sus formas visuales no son fastuosas, pero sí coherentes, y escogidas con sentido. La inmediatez y cercanía a lo narrado, para atrapar al espectador en la abrasión frustrante de los pacientes de urgencias o los manifestantes, se logra mediante un crudo acabado fotográfico digital de índole documental y una realización de cámaras temblorosas operadas en mano, que atrapan a los personajes en desasosegantes encuadres que no ofrece a los protagonistas espacio donde cobijarse.
Una visceral urgencia alejada de pretensiones preciosistas pero conveniente para impregnar al relato de un cariz de realismo que incrementa el grado de indignación ante las problemáticas retratadas, que atraviesan la pantalla y se traspasan de los personajes al espectador.
El conjunto de integrantes de la singular mezcla sorprende, pero el potencial expresivo de estos elementos se consuma demasiado pronto. El abanico de situaciones que el desarrollo narrativo propicia es limitado, de modo que el visionado ofrece situaciones reiterativas una vez sendos personajes principales convergen en la sala de urgencias del hospital.
Y así como el registro cómico funciona con energía y personalidad, el registro dramático se manifiesta con morosidad, carente de la frescura del inicio del recorrido, y poco diestra para implicarnos con el porvenir personal de los protagonistas. Curiosamente, el filme de Corsini se muestra atinado en el macro discurso de la sociedad francesa, pero desenfocado en el micro discurso de los exponentes concretos que hacen las veces de nuestros guías en la aventura.
Simplemente por la anomalía que supone encontrar discursos sociales tan sobrios como este en una comedia europea, La fractura bien merece una oportunidad. Quizás proponga un menú frugal en su impacto cinematográfico, pero pocos títulos encontrarán más honestos que este.
Añadir comentario
Comentarios