Una esvástica en el camino
Daniel Martín.
Octubre/22
Se dice que el mayor logro del capitalismo es haber convencido a los trabajadores de que el trabajo lo crea el empresario, cuando la realidad es que sin el consumo que de los productos que elaboran hacen los trabajadores no existiría industria contaminando nuestro planeta y no existiría el capitalismo, y eso no quiere decir, que a buen seguro alguno lo está pensando ya, volver a las cavernas (ni de broma que ahí está VOX) o la economía de trueque. Es muy fácil aplicar fórmulas respetuosas con el medio ambiente y con la dignidad de los trabajadores, pero eso afectaría a la cuenta de resultados y los accionistas no se van a conformar con X pudiendo obtener XXXXX, porque es cierto que la avaricia no tiene fondo y falso que rompe el saco.
Los “amos” de las grandes empresas de alimentación y consumos básicos (también de los otros) son los mismos que han heredado las grandes fortunas (el pescadero de su barrio no puede crear un Corte Inglés, por muchas horas que trabaje y bien que le vaya el negocio), y recuerden aquello de nuestros mayores de “nadie se hace rico trabajando”, son señores con intereses muy alejados, cuando no claramente enfrentados a los intereses de la mayoría de ciudadanos, que financian partidos políticos que una vez llegan al poder legislan para que los intereses de quienes los financian no se vean en peligro.
Estos grandes “empresarios” son, en un sistema liberal como en el que discurre nuestra vida, los responsables de aumentar los precios de sus productos como mejor les parezca y nadie puede ponerles límites, porque entonces es comunismo y ya sabemos lo pernicioso que es el comunismo para todos, menos para los comunistas.
Son ellos, los “amos” de la industria, quienes provocan la inflación, las crisis, las recesiones… sin que ningún gobierno, del color que sea, eso es indiferente, pueda evitarlo y si lo intenta poniendo algún límite es linchado, ¿verdad señor Iglesias?
Emulando al capitalismo, podemos decir que el gran logro del liberalismo es convencer a un pobre infeliz (leerse sin la carga de despectiva que suele llevar aparejada la palabra y ceñirse exclusivamente a su acepción literal de ausencia de felicidad) que no logra llegar a fin de mes con su sueldo de mil cien o mil doscientos euros mensuales, ni con el socorro de la usurera tarjeta de crédito, de que es un señor de clase media-alta, a pesar que de vez en cuando a alguno de los privilegiados se le escapa que clase media se puede considerar a aquellos que ganan en torno a los cien mil anuales, por debajo de eso se es de clase humilde-pobre. Y como la mayoría de la gente no sabe multiplicar, y los pocos que saben son completamente idiotas, nadie hace números para comprobar que la cuenta cuadra.
Es usted pobre.
Los enemigos de la clase trabajadora no podrían gobernar jamás, y en lógica consecuencia no existiría el liberalismo y viviríamos en un mundo más equitativo, si no existieran traidores entre los trabajadores que se creen burgueses, aunque no les llegue el salario para pagar la próxima factura de electricidad.
Volvemos a tropezar de nuevo con los populismos, con los discursos con mucha verborrea y ninguna verdad, con burros que persiguen a la zanahoria atada a un palito atado a su cuello y que los lastra al desastre, con muchos llamados a la patria y la familia, pilares básicos de cualquier sociedad, según el arcaico pensamiento de quienes difunde tales ideas, pero que nadie ha demostrado que así sea, volvemos a tropezar con la ruina y la violencia, tropezamos otra vez con la misma esvástica en el camino.
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