La Toma de Granada
Armando López Murcia.
Enero/25.
Cada 2 de Enero se conmemora el aniversario de la conocida, popularmente y en su acepción tradicional, como “Toma de Granada”. Se cumplen pues, este 2025, los 533 años, del fin del último reducto de la dominación islámica del territorio peninsular, una toma, incruenta al final, tras años y años de batallas entre musulmanes y cristianos, vasallajes, treguas compradas, pactos secretos, filias, fobias, alianzas y traiciones y, sobre todo, feroces guerras intestinas entre los granadinos.
ANTECEDENTES: Las Taifas.
Aquel hecho cambió los libros de Historia y la suerte de Occidente. Fue solamente el epílogo a algo que, aunque parezca mentira, se venía fraguando de manera impepinable desde hacía mucho. Centurias, quizá.
Aunque pueda parecer raro y a pesar de los cuatrocientos años y pico de distancia temporal, la caída del emirato nazarita – la ficha de dominó final en una larga hilera de fichas puestas en pie y desplomándose en cascada una sobre otra, y otra, y otra- estaba escrita, de una u otra forma, desde 1081 con la desaparición definitiva del califato cordobés y la creación de las taifas, auténtico origen del declive musulmán.
Las luchas internas por el trono califal no habían sido sino reflejo de las luchas raciales habidas en Córdoba desde siempre.
Imagen: IA Alternativa Mediterráneo. Uso libre
La Córdoba omeya implosionó en 1031 por la inestabilidad y debilidad que originaron nueve califas sucediéndose de forma precipitada en el intervalo de treinta años. Las luchas internas por el trono califal no habían sido sino reflejo de las luchas raciales habidas en Córdoba desde siempre (en tiempos del califato y antes, cuando el emirato) entre árabes, bereberes y muladíes (esclavos libertos del norte peninsular o de origen centroeuropeo), luchas que acabaron descomponiéndola. Y es que las enemistades tribales entre los belicosos clanes familiares eran proverbiales aversiones transferidas por todo el Islam de generación en generación a través de los siglos. Fue así desde los mismos tiempos de la vida de Mahoma en Arabia, que tuvo que salir por patas desde la Meca a Medina para salvar el pescuezo, por no hablar de las facciones que surgieron en el preciso instante de la muerte del enviado de Alláh en el 632, cuando sus hijos y nietos comienzan enseguida a hacer partidarios o enemigos a sus correligionarios, a enfrentarse y a darse matarile entre sí con tal de ser los jefes del cotarro, creando diferentes ramas dentro del Islam en base a diferentes interpretaciones del Corán, cosa que se mantuvo durante la expansión musulmana e, incluso, llega al día de hoy. Todo ello derivó en enormes desigualdades e inquinas en los tiempos de la expansión y después, pues, aparte de las diferencias cultuales, pesaban también, y mucho más, las cuestiones raciales.
Los árabes, mayoritariamente yemeníes, se creían descendientes de Mahoma, “puros en la fe”, muy por encima del resto de sus hermanos convertidos y conquistados (sirios, bereberes magrebíes…), conformando la nueva clase dirigente en el Magreb y Al-Ándalus, reservándose un estatus privilegiado, los principales puestos de gobierno y de responsabilidad castrense y estableciéndose en las zonas agrícolas más ricas (Bajo Guadalquivir, Valle del Ebro y el Jalón, Huerta Valenciana…). Por el contrario, los bereberes, a pesar de integrar el grueso de las fuerzas de invasión de España y de ser mayoría demográfica, fueron tratados por los árabes como mera carne de cañón, sin poder acceder a puestos políticos o militares de relevancia, y fueron asentados en las zonas de meseta y montañas que, aunque se parecían a sus tierras originales del Atlas, eran más pobres (en la Meseta Norte, el Sistema Ibérico, la cordillera Penibética y Sierra Morena); su importancia en las fronteras con los cristianos y su relación con los movimientos religiosos norteafricanos (almorávides, almohades...) fueron claves para la evolución de las fronteras en la península ibérica.
Todo ello provocó no pocas revueltas. Y a este cóctel explosivo había que unir otras cosas como la mayor o menor presencia de población mozárabe en las diferentes zonas andalusíes, las ansias independentistas de los pobladores de zonas con mayor riqueza (nada nuevo bajo el sol) y la agobiante presión fiscal para financiar el ejército, la guerra y las fortificaciones necesarias para la defensa.
Así que aquello tenía que reventar sí o sí, y cuando reventó, todas las coras (provincias) del viejo Al-Ándalus se autoproclaman independientes, identificándose, al principio cada taifa con una familia, clan o dinastía, surgiendo de ahí un rompecabezas de reinos mahometanos que, generalmente, se escabechaban entre ellos por culpa de los egos identitarios y de las desavenencias ancestrales, de manera que, dedicados a sus luchas fratricidas, acabarían descuidando su oposición al enemigo cristiano común que, simplemente, se fue beneficiando de la situación y fue recogiendo pedazos de lo que antes fue un imperio territorial y militarmente poderoso y que ya no existía. Ahora iba a resultar mucho más fácil, no como antes, pegarles bocados a los pequeños reinos moros dispersos en los que se había descompuesto el gigante, ciudades ahora autónomas con estructuras propias de un estado, pero sin cohesión ni recursos, gobernadas por reyezuelos que sólo buscaban poder y prestigio, insostenibles a medio plazo económica, administrativa y defensivamente: Zaragoza, Murcia, Valencia, Denia, Sevilla, Badajoz, Toledo, la propia Granada…, así hasta la treintena larga de “banderías”, como las llamaban los cristianos (de “taifa”, que significa bando o facción) que tenían mucho lirili y poco lerele. Así surgieron, por ejemplo, la taifa de los amiríes (descendientes de Almanzor) en Valencia; la de los tuyibíes en Zaragoza; la de los aftasíes en Badajoz; la de los birzalíes en Carmona; la de los ziríes en Granada; la de los hamudíes en Algeciras, Ceuta y Málaga; y la de los abadíes en Sevilla. Con el paso de los años, las taifas de Sevilla (que había conquistado toda la Andalucía occidental y parte de la oriental), Badajoz, Toledo y Zaragoza, constituían las potencias islámicas peninsulares.
Resumiendo bastante, esta disgregación animó a los reinos cristianos a avanzar hacia el Sur, conquistando Toledo en 1085, obligando a los reyes independientes, para mantenerse, a pagar parias y a poner la frontera en la línea del Tajo. Los reinos taifas llamaron en su apoyo a otros pueblos musulmanes del Norte de África. En primer lugar a los almorávides «consagrados de Dios», de origen bereber (1086-1140) y más tarde a los almohades «unificadores» (1140-1214). Ambos, almorávides y almohades, defensores estrictos del Islam, persiguieron ferozmente a los mozárabes, obligándolos a huir hacia los reinos cristianos, en especial hacia Toledo.
Tras la derrota de las Navas de Tolosa (1212) y las sublevaciones del norte de África, el imperio almohade desapareció definitivamente en 1224.
No fue demasiado extraño, y más conforme avanzó el tiempo, que los reyezuelos, para pagar en especie las parias y, de paso, putear a sus hermanos en la fe que les caían gordos, prestasen efectivos y jinetes a los cristianos a cambio de que éstos los dejaran tranquilos o les dieran algún despojo del reino vecino vencido con esas colaboraciones. Todo muy guay. Y los cristianos, encantados y sembrando cizaña para cosechar terreno. Los reinos de taifas fueron desapareciendo progresivamente ante la expansión cristiana cuyo éxito se fue debiendo a la ineptitud taifa y a la inviabilidad y vulnerabilidad de esa forma de microestados. En la segunda mitad del siglo XIII sólo quedaba ya el reino nazarí de Granada, que se mantuvo durante doscientos cincuenta años.
Así que aquí hubo una entrega capitulada de la ciudad y de la fortaleza de la Alhambra por parte del último rey nazarí, Abú Addalá (conocido por los cristianos como "Boabdil"), quien no tuvo otra salida.
Imagen: IA Alternativa Mediterráneo. Uso libre.
25 DE NOVUIEMBRE DE 1491: ¿Toma, rendición o conquista?
Creo que debemos hablar, para hacerlo con propiedad, de una rendición pactada. Al fin y al cabo, al asalto o tras un asedio seguido de una rendición, las plazas se ocupan por los sitiadores o asaltantes. De una forma u otra, pero se acaban tomando. Así que aquí hubo una entrega capitulada de la ciudad y de la fortaleza de la Alhambra por parte del último rey nazarí, Abú Addalá (conocido por los cristianos como "Boabdil"), quien no tuvo otra salida.
Y no tuvo otra salida por dos razones.
La primera, el largo cerco castellano-aragonés que fue asfixiando paulatinamente al reino, estrechando su territorio y conquistándole plazas importantes para su pervivencia, hasta llegar a las mismas puertas de una capital ya sin suministros y sin posibilidad alguna no ya de contraataque, sino de mera defensa, decididos como estaban doña Isabel y don Fernando a poner fin, de una vez por todas, a la presencia islámica de ochocientos años en la península ibérica, para lo que sólo debían esperar un poco, muy poco, más, en el campamento de Santa Fe, nombre que era toda una declaración de intenciones. Desde 1489 sólo resisten Granada y unas pocas poblaciones vecinas, y la idea de instalar la base de operaciones en plena Vega, tan cerca, no le parecía al emir granadino que era para invitarlo a piononos precisamente, a pesar de su buena amistad anterior con los monarcas cristianos.
La segunda, y también muy digna de tener en cuenta, las amenazas internas de su propia gente, siempre envuelta en intrigas palaciegas, en revueltas y luchas intestinas por el poder; todo un clásico, como ya hemos dicho, esto de las rivalidades entre los belicosos clanes y familias musulmanas. Muley Hacén ha muerto y el conflicto interno se libra entre Boabdil y su tío, El Zagal, que era bastante más cañero que el sobrino.
Las maniobras de su madre -en este caso y nunca mejor dicho, su puñetera madre-, Aixa "la Horra" u honrada.
La realidad de la situación es que Boabdil tenía ahora a los Reyes Católicos tocándole al timbre, sabiendo que estaba todo perdido, se dió cuenta de las maniobras de su madre -en este caso y nunca mejor dicho, su puñetera madre-, Aixa "la Horra" u honrada. Y es que la tal Aixa, que era de armas tomar -también nunca mejor dicho-, siendo todo lo honrada que tú quieras, que no lo pongo en duda, debía tener más malaleche que Hulk con escozor de almorranas y estaba acostumbrada a liarlas pardas, un día sí y otro también; como cuando animó y ayudó a Boabdilillo a quitarle el trono a su propio padre, el rey Muley Hacén, (con el apoyo de los Abencerrajes) a causa de síndrome cornúpeta provocado porque su esposo había decidido ponérselos bien puestos al montárselo eróticofestivamente con doña Isabel de Solís (conocida desde entonces con el nombre "artístico" de Soraya).
Imágenes: IA Alternativa Mediterráneo. Uso libre
También cuando ayudó a Muley Hacén a recuperar la corona, porque le interesaba, dándole mucho por saco a su tan querido hijo; o cuando fue partidaria del ascenso de su cuñado, el guerrillero "El Zagal", hermano de su marido, creyéndolo más capaz de mantener a raya a los infieles; o cuando volvió a intrigar para que Boaddil regresara al trono del salón de Comares, o cuando le indicó al pequeño monarca faltar a la palabra dada a Isabel y Fernando, luchar y no entregar el reino sin combatir a pesar de las negociaciones secretas, o cuando se quema en 1491 el último cartucho intentando un levantamiento de los musulmanes en todo lo que fue el reino de Granada y hoy, en su mayor parte, ya es territorio castellano… pero Boabdil ve como todos le dan la espalda y se recluye tras la inexpugnabilidad de la fortaleza alhambreña.
Aixa, a la que hubiera cuadrado mejor el mote de "follonera", en el fondo, siempre había despreciado a su retoño (al que veía sólo como mero vehículo de acceso al poder) por gustarle más la literatura, la música y la poesía que las cimitarras, y le consideraba un blandibú de mucho cuidado, en la línea del romántico suceso, nunca corroborado, del lloriqueo posterior del sultán camino del exilio, a la altura del "Suspiro del Moro". Dicen las malas lenguas que, exagerada y venenosa como era, y por su gusto, la sultana despechada hubiera rebautizado a su vástago, el último rey moro, como "Flor de Otoño", cosa que no pudo hacer gracias a las airadas protestas de Pepe Sacristán, que ya tenía el nombre cogido en el cine.
El caso es que Boabdil, aquel postrer emir granadino de baja estatura, aquel "Zogoibi" ("desventurado" fue el apodo que para él vaticinaron los astrólogos de la corte nazarita en el mismo instante de su nacimiento), decidió aplicar la filosofía del "Ya, ¿pá qué?", viendo lo poco que podía hacer militarmente a aquellas alturas de la película, que ni palos tenía para las lanzas, y notando que los suyos se estaban poniendo tontos con las citadas soflamas y jugadas de su madre y eso era un suicidio. Sabía que aquello no serviría de nada e iba a ser una masacre de las de no te menees si su gente se ponía chula y le tocaban los cataplines a los cristianos (que, en represalia, entrarían en Granada como en Málaga, a sangre y fuego, si los pobladores oponían resistencia armada). No encontró otra forma de evitar el seguro baño de sangre, la aniquilación de su pueblo y la destrucción de la urbe y su principal castillo palatino a manos de la artillería de sus católicas majestades, que ya sabían, con la experiencia de Moclín, el escudo de Granada, lo que era liar una buena mascletá. Así que pactó la entrega, en condiciones muy ventajosas para sí (sobre todo, pues se le entregó el señorío de las Alpujarras y gran parte del valle de Lecrín), aunque también trató de proteger a su pueblo en su libertad y costumbres. Independientemente de que luego, muchas de las promesas cristianas quedaran en nada, lo cual no estuvo nada bien. Las condiciones de la rendición se firman el 25 de noviembre en el sitio real de Santa Fe y se hacen efectivas con la entrada de las tropas castellanas en Granada el 2 de enero de 1492.
Pactó la entrega, en condiciones muy ventajosas para sí (sobre todo, pues se le entregó el señorío de las Alpujarras y gran parte del valle de Lecrín), aunque también trató de proteger a su pueblo en su libertad y costumbres.
Imagen: La Rendición de Granada (1882) de Francisco Pradilla. Senado de España.
Así que, cuando se fueron los del juzgado y se produjo el lanzamiento del solar alhambreño, Boabdilillo hizo un hatillo con cuatro cosas y tres turbantes, cogió las llaves de casa para entregárselas al nuevo inquilino, y tiró camino de la Costa no sin antes pararse en el Violón, por ver si estaban puestos ya los cacharrillos de la Feria del Corpus, porque había quedado allí con la de Castilla y el de Aragón para, antes de darles las llaves, montarse en los cochecitos de choque y la noria. Y se fue a Lecrín y la Alpujarra, hartándose de llorar por el camino porque su mami no le había dejado subirse en el ratón vacilón, mientras veía a la espalda tremolar el pendón de Castilla en la Torre de la Vela. El día de la Epifanía del Señor, los Reyes Católicos pisaban los palacios de la Alhambra.
Grandes cosas concluyeron aquel dos de enero de 1492, y grandes cosas comenzaron. Fue aquel día moneda de dos caras, como todas. Se perdió la cultura granadino-andalusí, por desgracia, y se ganó el final del Medievo (en el que todavía sigue sumido el Islam en muchísimos aspectos, con crecientes y recientes integrismos que todos tenemos en mente, para desgracia de aquellos que lo profesan, viven y entienden como religión de paz) y se produjo la entrada en la Edad Moderna con el Renacimiento, el Descubrimiento, etcétera, con todos su valores y, por supuesto, como todo, con sus zonas oscuras; pros y contras, contras y pros.
¡Granadaaaaaa!!!! ¿Quéeeeeee?
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