Remembranza de los Elepés


Luis Poyatos

Agosto/24.

 

 

No es fácil hablar de un soporte sonoro que ha dado tanta felicidad. Sobre su historia, hay ríos de tinta escrita que nos cuentan su evolución, tanto en libros como en revistas especializadas, internet, etc. Pero vamos a intentarlo.

 

En esta remembranza, quisiera centrarme en los soportes analógicos que yo he conocido. Vamos a ello.

Tuve la suerte de tener en casa de mis padres un gramófono con sus respectivos discos de pizarra, la mayoría pertenecientes a la casa discográfica "La voz de su amo". Es difícil olvidar su logotipo: aquel perrito blanco con orejas negras, observando la bocina de aquel fonógrafo de cilindros, por donde salía el sonido en su primera versión. En 1901, el logotipo cambió: el fonógrafo se sustituyó por un gramófono, pero Nipper (ese era el nombre del perrito) mantenía la misma postura y curiosidad por aquella magia sonora.

La diferencia principal entre el fonógrafo y el gramófono es que el primero reproducía el sonido a partir de un cilindro, mientras que el gramófono lo hacía a partir de un disco plano. Etimológicamente hablando, gramófono viene de las palabras griegas “gamma”, que significa escritura, y “fono”, que significa sonido.

Los discos de pizarra que se usaban en el gramófono pesaban bastante, o al menos de crio, así me lo parecían. Recordemos que estos discos de pizarra estaban fabricados de un material llamado schellac o goma laca, el cual no resistía los productos químicos para limpiarlos. Lo adecuado era usar un paño que no dejara residuos

Su funcionamiento era encantador: consistía en poner el disco de pizarra sobre el plato, colocar la palanca de las revoluciones a 78 rpm, y lo mejor de todo, darle cuerda a otra palanca. Se soltaba el freno de mano (bromas aparte) y aquello empezaba a girar. A continuación, se ponía el diafragma encima; este acababa con una punta bien afilada llamada aguja que, al dejarla caer, comenzaba a emitir sonido. Yo alucinaba con aquel aparato. Pero nada tenía que ver con el primer tocadiscos que llegó a la casa y, obviamente, con sus discos de vinilo, más conocidos como elepés.

No vayan a creer que era tan dinosaurio, pero siempre me ha gustado las cosas antiguas y ¿quién, no se enamora de un aparato como el gramófono? 

La felicidad que mencionaba al principio de esta remembranza me invade cuando intento recordar la aparición de los vinilos en mi vida. No os voy a contar de qué están hechos porque, de lo contrario, me excedería en el número de palabras de esta remembranza. Ya saben, hay un santo, San Google, que lo cuenta todo muy bien y por cierto hay un documental muy interesante titulado “ La historia del vinilo” 2020,  lo pasan por Movistar Plus.

Al margen de la publicidad quisiera comentar que, por parte de mis padres, la música estaba presente, pero sin gran afición. Hablo de los años setenta del siglo pasado, tendría unos diez años y recuerdo que había varios vinilos de zarzuelas, de música clásica, aparte de los de pizarra que nadie ponía en casa. Yo los utilizaba por su divertido mecanismo como he contado al principio, pero nada comparado con el sonido que salía de los bafles de aquel tocadiscos que llegó por primera vez a casa. Por otra, mi hermana mayor, solía ir a la sala Neptuno con su novio; por entonces, la educación católica, apostólica y romana tenía muchos ojos puestos en lo más lindo de los jóvenes, su sexualidad y para ello, buscaban o enseñaban mecanismos de espionaje (por decirlo de alguna manera) para no dejarlos solos. Una de esas estupideces que creó esta ideología fue la figura de la “carabina”, es decir, una persona que acompañaba a una pareja. Como yo era el menor de la casa, a veces mi madre me hacía asumir este rol tan impresentable como era el ir de “carabina”.

Durante la época del franquismo, se permitía la entrada de menores en estas salas de fiesta que por las tardes se animaban con bandas locales como los Ángeles Azules, pero siempre acompañado de mayores. Allí tuve mis primeros contactos con la música en vivo, con los primeros "disyóquey" y con todo un mundo sonoro que fue creciendo hasta que me convertí a los años en un disc-jockey.  Con diecisiete años empecé a pinchar ya en afamados bares granadinos de antaño como eran el Free-Mingus, La Recacha, El Avellano de nuestro querido Paco Espinola y más tarde en la Sala Cha.

Volviendo a la felicidad de tener en las manos ese pedazo de soporte sonoro de 78 rpm, quisiera mencionar que los discos de 45 rpm eran los reyes en décadas anteriores. Más conocidos como "singles", los discos de 7 pulgadas surgieron en los años 40-50 principalmente por la irrupción del rock & roll, y solían contener dos e incluso cuatro canciones. El single fue ideal para los artistas, para la radio y, en definitiva, para el consumo masivo.

De mi hermana sonaban esas joyitas de Mike Rios, Los Angeles, Lone Star, Los Sirex, Los Módulos, los Pekeniques…incluso de la afamada Aretha Franklin, Otis Reding,  

Recuerdo un bar llamado Los Claveles, al igual que el Bimbela, donde había una jukebox que, al insertar una moneda, te permitía elegir uno o dos temas. El single caía y empezaba la magia. Qué hermosa época. Allí descubrí a Santana, Muddy Waters, Blood, Sweat & Tears, The Doors, Cream, The Kinks, los Creedence... 

Recordar el primer elepé que me compré con mis ahorros, ha sido todo un viaje introspectivo a mi infancia. Tendría unos trece años y fue el disco del grupo llamado America, "A Horse with No Name", así como el de Cat Stevens, "Teaser and the Firecat", cuyo piano en “morning has broken”  me encantaba y, ya de mayor, descubrí que era interpretado por Rick Wakeman, el pianista de Yes y célebre por su disco "Las seis esposas de Enrique VIII”.

No puedo dejar de mencionar en esta remembranza las tiendas de vinilos que yo visitaba por entonces. Me gustaría empezar con Linde, así como Callejas (la mayoría de mi discografía salsera está comprada allí), Sánchez en la calle Alhóndiga, o aquella pequeña tienda, pero grande en calidad musical de discos de Jazz que estaba en los soportales de Ganivet, al lado del salón del fumador, no recuerdo su nombre. Los sellos de Atlantic Records como GRP, los tenía esa pequeña tienda de Granada y no podemos olvidar por supuesto, la joya que tenía Espinola llamada, Cannabis. 

Era muy placentero tener esa riqueza musical. Escucharla y compartirla con amigos. Lástima que no me animara a tocar ningún instrumento de niño. No fue hasta los veinte años cuando el gusanillo musical de tocar un instrumento entró en mi vida, pero eso es otro tema.

Recuerdo también la visita que le hacia los domingos tradicionales de la España de los setenta, a un chaval después de tomarme una exquisitez de dulce que se vendían en la pastelería Flor y Nata de la calle Sol, esquina con P.A. de Alarcón y célebre por sus huevos de nata de textura crujiente. En su casa viví domingos inolvidables escuchando y comprando discos que no se encontraban fácilmente. Él siempre estaba trapicheando con discos; compraba y vendía. Tenía una hermosa colección, principalmente de pop-rock, country y folk americanos. Gracias a él, conocí a Loggins & Messina, Jim Croce, Jefferson Airplane, The Allman Brothers Band, The Flying Burrito Brothers, Crosby, Stills, Nash & Young, y un largo etcétera de grandes músicos estadounidenses.

Por otro lado, empezaron a entrar sonidos espectaculares por TVE. Siempre recordaré una sintonía que emitían con los partidos de fútbol. Al tiempo descubrí que se llamaba "South Rampart Street Parade". Esta sintonía era del maravilloso Satchmo, es decir, Louis Armstrong y la ponía a todo volumen, a pesar del rechazo de mi madre, pero yo la disfrutaba por algún motivo.

Nunca he querido encapricharme con un solo estilo musical; siempre me ha gustado escuchar toda clase de música y saber cuál me emociona y cuál no.

Pero la verdadera felicidad llegaba cuando otro hermano, que estudiaba telecomunicaciones en Barcelona, volvía por vacaciones siempre con dos maletas, una de las cuales estaba repleta de vinilos de auténticas joyas artísticas de la época. Los vinilos, ese era el formato, con su caratula con sus letras que nos volvía locos. Estamos hablando aproximadamente de 1975-76. 

Escuchar a King Crimson, Zappa, Yes, Emerson, Lake & Palmer, etc., y poder manosear aquellas carátulas tan hermosas como la de "Abraxas" de Santana, ¡uffff, no había mayor felicidad! Por cierto, tengo que mencionar los dibujos de este maravilloso diseñador de portadas como era Mati Klarwein . Un artista que hizo que el disco que diseñaba, ganaba en todos los sentidos, obviamente más el de la vista. También realizó portadas para Miles Davis, Jimi Hendrix, Jerry Garcia . Con la portada de Abraxas como se suele decir, rompió el molde.

Discos como “Llena tu cabeza de Rock”, un recopilatorio genial de grupos de aquella época, The Concert for Bangladesh,The Flock, Janis Joplin, Carole King, te hacían ser feliz, no sé cómo explicarlo, pero han sido tantos buenos ratos y tanta buena música que te hacia ir formándote en diferentes sentidos, tanto musical como personal. Así, pasé más o menos, toda una etapa juvenil, hasta el día que me tocó la lotería, musicalmente hablando. Esto sucedió cuando el nuevo propietario del  Mingus (antiguamente Free) me quiso retener de disk jockey para su nuevo local. Yo, ya tenía una pequeña pero interesante colección de vinilos, pero él quería que estuviéramos en lo último, y sobre todo en música de jazz. Para ello me suministraba un dinero y así poder comprar todos los fines de semana vinilos para el pub, comparto este enlace que te lleva a conocer otra remembranza referente a esos bares mencionados.

¡Qué maravilla de época del vinilo y de poder todavía tener memoria para contar remembranzas!

No dejen de comprarlos. Lo analógico tiene su encanto. Se vive más despacio pero con más intensidad.


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