Perfect days (Días perfectos)
Lector Impertinente.
Junio/24.
Una obra entrañable donde parece impensado no sentir empatía por su protagonista, con una actuación imprescindible de parte de Yakusho, un tipo noble, trabajador excelente, que vive de forma sencilla sin lujos, que maneja una dinámica de vida donde la simpleza y la tranquilidad está por delante de todo, pero con un gran ojo para esos detalles que por el ritmo de la vida en muchas ocasiones se dejan pasar por alto, inmejorable.
Hirayama (Koji Yakusho) es un hombre de mediana edad que trabaja limpiando servicios sanitarios públicos en Tokio, a pesar de ser un trabajo sencillo él lo hace con completa dedicación y detalle, en su día a día tiene algunas rutinas -casi- inquebrantables, además tiene afición por las plantas, es un amante de la música, tiene una enorme colección de casetes, es un asiduo lector y gusta de la fotografía analógica.
El filme se centra en mostrar la vida sencilla alejada de lo ostentoso y la cotidianidad del protagonista, en su trabajo y en sus espacios de tiempo libre alimentando sus pasatiempos, esta se ve interrumpida en algún momento por su compañero de trabajo el joven Takashi (Tokio Emoto), y principalmente por la aparición de su sobrina Niko (Arisa Nakano), que va a ofrecer algunas pistas sobre el pasado de este hombre.
Hasta la aparición de ella ha pasado hora y quince minutos de metraje, hasta ese momento, Hirayama apenas ha hablado con las personas a su alrededor, pequeños saludos y gestos, pero nada más. Con Niko el espectador va a conocer algunos detalles, por ejemplo, que tiene familia, una hermana, un padre y que su posición actual no es bien vista, aunque parece ser más fruto de una decisión personal.
Wenders filma con una aparente sencillez que hace ver la realización de películas como algo fácil de hacer, pero claro, nada más alejado de la realidad, y es que la propia historia, la trama del filme parece ser algo sencillo, pero nada más alejado de la realidad, todo lo que muestra Wenders y su director de fotografía Franz Lustig tienen un sentido, llenando de detalles la pantalla y el argumento de la película.
Una obra entrañable donde parece impensado no sentir empatía por su protagonista, con una actuación imprescindible de parte de Yakusho, un tipo noble, trabajador excelente, que vive de forma sencilla sin lujos, que maneja una dinámica de vida donde la simpleza y la tranquilidad está por delante de todo, pero con un gran ojo para esos detalles que por el ritmo de la vida en muchas ocasiones se dejan pasar por alto, inmejorable.
Otro elemento que, sin duda, condiciona favorablemente mi juicio sobre ‘Perfect days’ es su banda sonora. El maridaje entre cine y música me parece una de las grandes maravillas de este arte, y un factor diferencial que justifica por qué hay que ver las películas en pantalla grande y sala oscura, pero una escena, vista desde el sofá, no tiene ni la mitad de potencial que si la consumes en una sala de cine.
Tras esta digresión, es más sencillo entender hasta qué punto me elevaron de la butaca las maravillosas canciones con que Wenders sonoriza su película. Por supuesto, estoy escuchándolas mientras escribo, y evidentemente ya he convertido el soundtrack en una playlist. La última escena, con el rostro de Koji Yakusho en primer plano mientras suena ‘Feeling good’, es un orgasmo de temblorosa magnitud. Incluso aunque la película no me hubiera gustado, esos minutos me habrían sacado del cine con el alma reconfortada.
A estas alturas de crítica, creo que ya queda claro que la trama de la película no es, ni mucho menos, el leitmotiv que me ha motivado a escribir. Ojo, no quiero despreciar el guion; de hecho, entre tanto elemento cautivador pero despistante, bulle una historia con mucha enjundia, en la que el pobre limpia-retretes cuyas andanzas estamos siguiendo lo es, en realidad, por elección personal, para pasmo de su hermana con chófer. No puedo sino simpatizar con ese personaje que rompe con todo, que “vive en otro mundo”, y que apuesta por los placeres más básicos pudiendo disponer de otros más sofisticados. Con esto no me posiciono en contra de los gustos refinados, pero sí en favor de discernir qué te llena y qué te sobra, y apostar por lo primero, aunque sea contra viento y marea.
No puedo esconder que mi conexión con Hirayama queda sellada en los primeros minutos de metraje, cuando le vemos despertarse por primera vez, recoger su futón, lavarse los dientes, regar las plantas, coger por orden los bártulos de la encimera y salir con buena cara a la mañana para tomarse un café de máquina expendedora y ponerse buena música de camino al trabajo. Es imposible para cualquiera no ver en su comportamiento un componente TOC, y es imposible para mí no sentir identificación con todo eso, y cariño con ese personaje. El protagonista me tiene a su merced a los dos minutos, y nunca me bajo de su barco.
Cuando emergen los títulos de crédito finales, me asalta inmediatamente la sensación de que he asistido a algo especial, que acabo de degustar algo más importante una mera película. Siento que, con todo lo que he disfrutado las dos horas de proyección, eso ha sido lo de menos; que el recuerdo de ‘Perfect days’ va a ser indeleble, e incluso que irá mejorando con el tiempo. “La próxima ver será la próxima, esta vez es ésta”, cantan espasmódicamente Hirayama y su sobrina mientras pedalean en una de tantas escenas magníficas. Y yo solo sé que esta vez he gozado mucha, y que la próxima vez de Wenders estaré ahí con las compuertas abiertas de par en par.
Añadir comentario
Comentarios