Las formas son las formas
Fernando Alés.
Octubre/23
Quisiera dirigirme a todos y cada uno de los habitantes de este extraño planeta, o al menos a aquellos que tengan a bien leer esta columna que les hago llegar mensualmente a través de Mediterráneo Alternativa, y referirme a vosotros como personas, all margen del género, condición, raza o credo que tengáis.
De eso es de lo que quiero tratar hoy; de personas. Porque en realidad es lo que somos, aunque nos hemos empeñado desde el principio de los tiempos en clasificarnos por muy diversas razones, en muy diversos grupos, a saber: Hombres/mujeres, ricos/pobres, blancos/negros, de izquierdas/de derechas. Etc. Etc. Etc… Sin pormenorizar en nacionalidades, creencias, u otros condicionantes, porque nos extenderíamos hasta el infinito.
Quiero decir con esto, que siendo todos de la misma especie, no actuamos de la misma manera, ni apreciamos al diferente de la misma forma.
Bien es cierto que, en la naturaleza, existen dominadores y dominados, aceptados y marginados, fuertes y débiles, pero nosotros si bien tenemos estas mismas apreciaciones de nuestros semejantes, deberíamos dar un paso adelante y mitigar estas diferencias hasta erradicarlas. No debería ser de extrañar, somos la especie más inteligente de este planeta. Al menos según nuestra apreciación y por lo tanto deberíamos utilizar esa cualidad para un beneficio común, no para lo contrario.
No me llaméis “buenista”, no lo soy. Sé dónde vivo y sé lo que hay. Ni tampoco humanista, el humanismo promulga el derecho y el deber de dar sentido y forma a nuestras propias vidas. Y en muchos casos eso se hace, a costa de los derechos y las vidas de los demás.
Desde que las civilizaciones tienen nombre, o incluso antes, unos hemos estado o hemos sometido, o despreciado a otros, de una u otra forma, porque nuestra educación nos ha hecho tener ese punto de vista desde que nacemos. Un bebé, un niño pequeño, no odian al diferente, ni se sienten especiales o mejores por haber nacido en un lugar del mundo u otro.
Si lo pensamos detenidamente, es una estupidez. Cualquiera de nosotros podría haber nacido en la India, en Finlandia o en la isla de la Pascua, podría haber sido hombre o mujer, alto o bajo, judío o musulmán, blanco o negro, y seriamos los mismos, pero pensaríamos y sentiríamos de forma completamente diferente. Somos nosotros, quizás desde el tiempo de las cavernas los que hemos educado a nuestros hijos, al igual que nos educaron a nosotros en esta forma de entender la vida.
Bien es cierto, que siempre hubo unos con más aptitudes que otros, como también hubo quien se aprovechó de las aptitudes de otros, para destacar o someter a los demás. Nuestra capacidad de pensar, nos debería diferenciar del resto de especies.
A donde quiero ir a parar es que la madre de todos los males es a la diferencia con los demás y nuestra obstinación en acentuarla.
Todo se reduce a eso: Las guerras, las creencias, las clases sociales, los ideales, todo esto se analiza desde nuestro cerebro primario o reptiliano, que, si bien es necesario para nuestras funciones vitales y automáticas, también es el responsable de nuestros instintos más básicos, la autodefensa, la violencia, el odio. Pero tenemos dos niveles cerebrales más avanzados, que se ocupan de nuestras emociones, del lenguaje, del pensamiento abstracto, y parece que no estamos por la labor de darles la relevancia que tienen, ni de potenciarlos como deberíamos.
Parece que después de un tiempo de crecimiento intelectual, de desarrollo social del pensamiento, de querer saber más, de querer un mundo mejor, de tener unos valores más elevados. Como si esto fuera un proceso cíclico, estamos de nuevo inmersos en una recesión intelectual, volviendo a valores y valoraciones de tiempos pasados, donde todo estaba bien, porque así lo decía la tradición y las costumbres. Donde se hacían las cosas como Dios manda. Donde el diferente era cuestionado, juzgado o incluso ejecutado solo por serlo.
Habíamos tenido que vivir esa etapa, con mayor o menor aceptación y la creíamos ya superada. Pero está volviendo a nosotros (o quizás nunca se fue, y solo estaba dormida), estamos volviendo al prejuicio, al odio al diferente, por creencias, raza, genero, si lo pensamos un poco, por todo lo que le diferencia. Volvemos a mensajes y actos que creíamos olvidados y nos repugnaban.
Todo esto es fruto de la educación y de la calidad de esta, o de su ausencia.
La educación es el combustible intelectual que necesitamos para avanzar, pero nos está siendo racionado para que nuestro avance sea lento o para que nos lleve a donde se reaviven de nuevo diferencias que estaban en proceso de ir desapareciendo. Vuelven las diferencias (algunas nunca dejaron de estar ahí): Hombres/mujeres, ricos/pobres, blancos/negros, etc…
Pongamos por ejemplo la violencia machista, entre una de tantas lacras y tantos lastres que nos impiden universalizarnos como seres humanos.
La percepción que tenemos de la diferencia de nuestros dos géneros. Los hombres siempre han tenido la seguridad de ser superiores a las mujeres, en muchísimas culturas (estoy generalizando, por supuesto), de tratar a la mujer como un ser al servicio del hombre, y no muchos años atrás, en este país nuestro, desde la iglesia y el régimen se fomentaba esta forma de pensar que consistía el sometimiento de todos, especialmente de las mujeres a los hombres, con arengas como las que lanzaba Pilar Primo de Rivera, desde su infame Sección Femenina. Donde se hacía creer a los hombres ser dueños de las mujeres en todos los ámbitos sociales. Y a las mujeres aceptar con resignación ese papel, para ser como Dios manda. Llegando a aceptar estas situaciones a ojos cerrados, como si padecieran un síndrome de Estocolmo colectivo, en el sentido de pensar que, si eran víctimas de menosprecio, o violencia es porque algo habría hecho mal o porque se las enseñó que eran intelectualmente inferiores. Con frases como: Me ha pegado, pero mi Pepe no es malo. Es por mi bien, porque me quiere.
Tal era la sumisión existente.
Y por el lado masculino, enardecido y justificado en sus bajos instintos, se oían con frecuencia frases tan demenciales como estas:
La mujer en casa y con la pata quebrada.
La maté porque era mía.
Y un proverbio árabe que se hizo popular durante aquellos tiempos: Cuando llegues a casa, pega a tu mujer. Si no sabes porque, no te preocupes, ella si lo sabe.
Verdaderas aberraciones del pensamiento, fruto de la educación recibida, y el adoctrinamiento que hacía a unas personas superiores, respecto a otras.
Pues estas situaciones lejos de lo que intento dar a entender, son el summum de las diferencias, practicadas en función de la realidad social que se vivía. Una educación abominable y tergiversada, en beneficio de los intereses de unos sobre otros. Y de unos pocos sobre todos los demás, pues la esencia de esa educación, es la que está aflorando de nuevo, porque se taló el árbol que daba esos frutos, pero quedaron las raíces bien arraigadas, y solo estaban esperando que volvieran los tiempos, reaccionarios, que no se fueron nunca para volver a brotar.
Esta educación va dirigida a la falta de conocimientos esenciales, que nos haga tener un pensamiento crítico y no condicionado. Con los cuales podamos distinguir por nosotros mismos el mundo que nos rodea, y aceptarlo como tal como es, sin buscar puntos de enfrentamiento, sino de encuentro y aceptación.
Donde un hombre y una mujer, un blanco y un negro, un cristiano y un musulmán sean simplemente iguales. Donde no haya las diferencias, que nos quieren (o nos imponemos a nosotros mismos). Donde encontremos más puntos en común que diferencias. Sin prejuicios, porque un prejuicio, no es sino un juicio emitido sin tener ningún conocimiento sobre el asunto, o peor todavía, no queriendo admitir esa realidad.
Para solventar todas estas cuestiones, tendrán que pasar generaciones y generaciones para conseguir que todos nos consideremos personas por encima de cualquier otra etiqueta. Siempre y cuando no hayamos llegado ya a un punto de no retorno.
Sé que todo esto solo es pura utopía, dentro de la distopía en la que hemos vivido desde el inicio de los tiempos. También sé que soy un iluso, y esta declaración de intenciones se la llevará el primer viento que llegue.
Aun así, si esto revierte, o se canaliza en esta dirección, bienvenido sea. Nunca es tarde.
Y si por el contrario solo es un sueño, la última noche de un verano.
Pues que Dios nos la dé y al que le convenga, que lo bendiga.
Añadir comentario
Comentarios