Maine, el bulo que condujo a una guerra


Jaime Tenorio.

Febrero/25.

 

 

El 15 de febrero de 1898, en el puerto de la Habana, estallaba el acorazado estadounidense Maine, que había sido enviado a la isla con la excusa de proteger a los ciudadanos del tío Sam residentes en Cuba, dejando más de dos centenares de víctimas.

 

 

 

en un plan premeditado y criminal (le costó la vida a 250 marineros, los oficiales, salvo 2, "casualmente" estaban de permiso en la isla) para culpar a España del atentado y tener la excusa para declarar una guerra con la que disfrazar el robo de los territorios españoles en aquella parte del mundo.

El declive del imperio español, el cáncer perpetuo de corrupción que pudre España desde tiempos inmemoriales, las dificultades geográficas para mantener posesiones tan distantes y, sobre todo, la ineptitud e incapacidad de un Estado incapaz corrompido desde el rey, hasta el último funcionario, a quienes jamás importó nada, salvo la propia bolsa de oro, crearon el entorno perfecto para que la codicia expansionista de los Estados Unidos de América, que ya aspiraba a potencia hegemónica, pusiese el punto de mira en sus ambiciones territoriales en las posesiones españolas en aquel continente. 

A pesar de su crónica y terminar enfermedad, España seguía siendo en apariencia un feroz león capaz de asestar un mortal zarpazo a cualquier enemigo que lo incomodase en su agonizante siesta. Pero el oro, en cualquier país del mundo, siempre pudo abrir los cofres de los documentos secretos, verter en el bol del estratega incomodo el oportuno veneno que de él librase al pagador, o comprar voluntades. Y esto último fue lo que hicieron los chicos enviados a España por el presidente William McKinley, en plena Restauración Borbónica, garantizar en el gobierno y la corona españoles los “errores diplomáticos” oportunos que creasen el marco ideal para declarar un conflicto que llevase a los enemigos de España a hacerse con el control de una isla, Cuba, que ya habían intentado comprar en varias ocasiones anteriores, como compraron Florida, no obstante, la riqueza de la isla, e importancia estratégica y económica de Cuba, impedía al Estado poder justificar ante el pueblo su venta a una potencia extranjera, por lo que desde España siempre se rechazaron, por miedo a la revolución obrera, que no por decencia, las ofertas de compra, algunas ciertamente muy generosas, de los Estados Unidos por Cuba. 

Tras la visita de los “pagadores” de McKinley a España, todo quedó acordado. Desde los problemas portuarios que entorpecerían el envío de más pertrechos a la isla para combatir la insurrección de los cubanos, hasta la demora en emitir las oportunas órdenes de partida de la flota española, encargada de acudir a la defensa de las posesiones españolas. 

Los americanos iban a obtener por un ínfimo precio aquello por lo que antes estuvieron dispuestos a pagar una fortuna, a cambio de ese chollo, solo habían tenido que untar de modo conveniente los bolsillos de un puñado de españoles de los de mucha soflama patriótica. 

Y llegó el 15 de febrero de 1998, y aquella noche, un buque acorazado de la armada estadounidense que había sido enviado para “proteger” la vida y las posesiones, que nunca estuvieron amenazadas, de los ciudadanos estadounidenses residentes en la isla, el Maine, estallaba en el puerto de la Habana, ocasionando la muerte de más de dos centenares de marinos, curiosamente ningún oficial o “caballero” de la alta sociedad norteamericana, porque todos, casualmente, estaban disfrutando de una noche de asueto en tierra. 

La voladura del buque fue rápidamente, y sin ninguna investigación seria, y a pesar de las negativas hispanas, adjudicada a España, que fue acusada de un acto de sabotaje por las autoridades estadounidenses, una acusación completamente disparatada que, inmediatamente, fue difundida por la prensa de la época, en manos de William Randolph Hearst, un canalla dueño de varios periódicos y que estaba a sueldo del gobierno estadounidense, creando conciencia a favor de la guerra con España entre el pueblo norteamericano, con la publicación de noticias tan aterradoras como falsas, comenzando por la acusación contra España de haber atentado, sin declaración previa de guerra, contra los Estado Unidos: " El Maine partido por la mitad por un artefacto infernal y secreto del enemigo".

Tras el hundimiento del acorazado, Estados Unidos dio un ultimátun a España, en el que le exigía la retirada de Cuba, algo a lo que el gobierno español se negó, claro, advirtiendo a McKinley de que España declararía la guerra a los Estados Unidos en caso de que estos invadieran los terriotiros bajo la soberanía de la corona española. 

Pero Cuba ya estaba ya entonces bloqueada por la flota estadounidense, y sus marines del V Cuerpo norteamericano estaban dispuestos para desembarcar, mientras en España no tenía nada en la región con qué combatir a la moderna flota estadounidense, dado que la flota española de batrquitos de papel comandada por el Almirante Patricio Montojoya quedó reducida a nada en los días anteriores hecha astillas por los buques del comodoro George Dewey durante la batalla de Cavite en Filipinas.

Los pocos acorazados de la armada española fueron destinados a patrullar la costa atlántica de la península, por si a los estadounidenses les daba por invadir España. mientras que al almirante Cervera se le ordenaba partir en una misión suicida contra los muy bien armados buques del almirante William T. Sampson.

Las cosas se pudieron hacer peor, pero los yanquis pagaron lo que pagaron, y con eso les bastó.


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