EL mal arreglo del acoso escolar
José Miguel Montalbán.
Octubre/23
El problema del acoso escolar es de muy difícil resolución, a pesar de todos los psicólogos, pedagogos, doctores y demás fauna ilustrada, que sostienen que la cosa se cura educando, que es muy cierto, ciertamente, pero si a la educación en casa o en las escuelas, no va pareja al ejemplo social.
No es el primer caso que hemos vivido en los últimos tiempos, pero si el más mediático, sobre todo en un país como el nuestro, poco acostumbrado a este tipo de sucesos, que siempre, cuando nos los sirven a la hora del garbanzo en televisión, están ubicados en escuelas o institutos de Estados Unidos donde los chavales van armados con bazucas y M16, recién adquiridos en el quiosco del patio, a precio de saldo. Centros presuntamente de enseñanza en cuyos pasillos se han sustituido los macetones de pilistras por detectores de metales, y en los que los profesores en lugar de corbata llevan chaleco antibalas, colegios e institutos donde en vez de con celadores, en sus recepciones te encuentras con un grupo de los Swats armados hasta los dientes.
Me estoy refiriendo al caso del chico que ha apuñalado, y herido de diversa consideración, a varios profesores y alumnos del Instituto Elena García Armada de Jerez de la Frontera. Al muchacho de tan solo 14 años, que a primera hora de la mañana empalmó la albaceteña y se dispuso a compensar facturas, reales o imaginadas, con sus semejantes. A la acción de un muchacho, que desde las instituciones se tilda de incomprensible, pero qué sabrán en las instituciones lo que pica un Pictolín, mientras que, desde el entorno del instituto, que es del que hay que fiarse, se asegura que, en efecto, el chaval tenía motivos más que sobrados para echarse el trabuco al hombro y tirarse al monte.
Un asunto este que me enfrenta conmigo.
Por un lado, está el hombre adulto, inteligente, sensato y sesudo, de mente analítica y ponderada actitud...No se me ría que me arruina la pose. El individuo comprensivo con los defectos y rarezas de los demás, que entiende que el problema del acoso escolar es de muy difícil resolución, a pesar de todos los psicólogos, pedagogos, doctores y demás fauna ilustrada, que sostienen que la cosa se cura educando, que es muy cierto, ciertamente, pero si a la educación en casa o en las escuelas, no va pareja al ejemplo social, me temo que no hay nada que hacer, porque de nada sirve que usted eduque muy bien a su hijo en la tolerancia de las rarezas y defectos de los demás, en el respeto a las singularidades personalmente personales de cada cual, si el vecino deja que su cachorro crezca en estado salvaje, y en la creencia de que todo vale.
Si en el colegio a los enanos se les exige y enseña urbanidad, e inocula el concepto claro de paz y democracia, pero al salir del cole nos ven a sus padres discutiendo con el vecino porque este ha tardado en salir cuando el semáforo se tornó verde, y a la hora del garbanzo la televisión les inyecta directamente en seso el bochornoso espectáculo de dos políticos iracundos mentándose a la madre, a señores despachurrados por los obuses o las bombas que contra ellos arrojaron otros señores, o a dos ídolos del deporte mordiéndose la tráquea por un lance del juego, al tiempo que les pixelamos el pecho de una madre que amamanta a su hijo, pues no vamos a ningún prado.
De nada sirve que en casa o en el colegio inculquemos el amor por los animales a nuestros hijos, cuando desde las instituciones de gobierno se gastan ingentes cantidades de dinero público en satisfacer los instintos ancestrales de un puñado de señores muy particulares, que gustan de ver cómo se tortura a un toro en un coso del que no puede escapar, y además, al pequeño, se le dice que eso del toro es cultura; o se persigue, acosa y da muerte a otro animal por el único y exclusivo placer que otros señores, también muy particulares, sienten al cazarlos, y al nen le justificamos la barbarie en cuestión el raído abrigo de la costumbre, soberana gilipollez que todo lo rancio justifica, o lo que viene a ser lo mismo, y para que usted me pille el paso. Antes de hablar de educar a los enanos, deberíamos ser educados los adultos.
Por otro lado, a este señor adulto e inteligente que soy, se le enfrenta ese niño gordito y apocado, que también fui, y que sufría en el colegio el acoso de una horda de perfectos hijos de puta, sin alma ni conciencia, que le zurraban un día una paliza y al siguiente dos, porque si, porque aquel pobre niño que fui estaba educado en el concepto del respeto a todo bicho viviente, incluidos los hijos de puta, e inoculado del suero de la pachorra y la idea de que la violencia no conduce a nada, y que, por tanto, era incapaz de defenderse de la jauría de sus acosadores, hasta que un día, harto de soportar palizas, humillaciones y pedradas, despertó del sueño de la tolerancia, dejó la cartera en el suelo e invitó a bailar, uno a uno, a todos y cada uno de los hijos de puta, con los que, muy generosamente compensó facturas, convirtiéndose desde aquel día él también en un perfecto hijo de puta, porque comprendió, quizá muy prematuramente, que en esta sociedad corrupta, hipócrita, asesina y desquiciada en la que la ha tocado vivir, más vale ser un perfecto hijo de puta, que un niño gordito y apocado.
Aunque se me olvida demasiado a menudo.
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