LOS WAGNER
José Miguel Montalbán.
julio/23
Lo sucedido en Rusia con el Grupo Wagner, comandado por Yevgeny Prigozhin, que, al rebelarse contra las órdenes de Putin, ha estado a punto de llevar a la segunda potencia mundial, a un enfrentamiento fratricida. Debería de ser un serio aviso del peligro que supone para los estados, la existencia de estos auténticos ejércitos privados.
Compuestos por miles de “seseeses”, todos fornidos chicarrones del norte armados hasta en los empastes y, por lo general, bastante cortos de entendederas, dispuestos a montar una buena verbena en cualquier lugar del planeta para aquel que se la pueda pagar. Estas compañías de matones al servicio del mejor postor, que suele ser un estado más o menos serio o más o menos tiránico, que todos pecan, y están, sin excepción, gobernados por marionetas, más o menos menguadas, manejadas por gente muy enferma, representan un auténtico peligro para todo el orbe.
Eso de que las “gentes de bien” se inmiscuyan en la vida de los demás y se empecinen en que todo el mundo viva según el criterio, costumbres, ideales y deseos, de las gentes de bien, como Dios manda, es una práctica que se viene dando desde que el presunto Dios determinó que aquellas gentes de Sodoma y Gomorra no debían llevar una vida tan disoluta y divertida, porque a este mundo se viene a padecer y no a follar a destajo; y que eso sea norma y costumbre desde antiguo, no implica que eso no sea una indecencia y una canallada, del presunto Dios y de las gentes de bien desde antiguo.
Que las potencias extranjeras se entrometan en las políticas de otras naciones, torciendo la voluntad de los pueblos, e imponiendo su interés internacional con el argumento de los obuses, es algo que se viene haciendo desde que Josué se encaprichó de los parajes de Canaán y mandó tocar a la orquesta, y el hecho de que en las verbenas se baile agarrado desde tiempos inmemoriales, no quita para que el asunto siga siendo, además de indecente, un pecado de cojones.
El problema se presenta cuando los estados interfieren en las vidas de las gentes y las políticas de otras naciones, pero no quieren que sus gentes sepan que son los responsables del caos que se desata en cualquier lugar del mundo como consecuencia de sus manipulaciones y bastardas maniobras.
Suelen ser estos estados democráticos, amantes de la libertad y el libre albedrio de las gentes, tan democráticos que cuando entienden que un país, para su interés, no es lo suficientemente democrático o sus gentes no son lo bastante libres, se hace necesario una misión humanitaria cuya intervención les lleve la democracia y la libertad. Sin embargo, si por la presencia de algún taquígrafo quedara o quedase feo hacer buen escabeche para el telediario del mediodía, se pasará al “plan B” y se les llevará la democracia y la libertad cargadas en el portamaletas de un tanque sin bandera, y aunque todos sabemos quién lo paga, la pose democrática a salvo queda.
Es en esas situaciones en las que los estados recurren a estas compañías de asesinos de “a tanto la cabellera”, de modo que el imperio de occidente (nosotros, los buenos) puede intervenir en una zona controlada por el imperio de oriente (los pérfidos rusos) sin que ni Estados Unidos, ni Rusia, queden mal en la fotografía.
Ha sido a través del Grupo Wagner que Putin ha estado mamoneando a sus anchas, fundamentalmente en Oriente Medio y África, procurando amargarle el desayuno al emperador de turno yanqui, del mismo modo que Halliburton ha sido, principalmente pero no únicamente, la mano oculta que ha defendido los intereses del imperio de occidente en esas zonas, procurando amargarle el desayuno al inquilino del Kremlin, mientras que los que ponían los muertos, no tocaban ningún instrumento en sangriento concierto.
El problema es que estos colmados de matones son tan poderosos que superan con mucho a los ejércitos “oficiales” de muchos países y que incluso se atreven a morder la mano de quien les da de comer, como ha ocurrido con el chalado Prigozhin, que se ha atrevido a echar un pulso con la segunda potencia del mundo. Un irresponsable y absurdo acto de chulería, que no ha terminado en desastre porque lo que está en juego es la preponderancia energética de dos nazis, que se está dilucidando en Ucrania, usando a los ucranianos como carne de cañón, a los europeos como rehenes y a otro nazi, Zelenski, como marioneta que defiende nuestros intereses, los de nuestra metrópoli, quiero decir.
Dos nazis midiéndosela a ver quién la tiene más grande. Dos imperios ubicándose en un nuevo tablero de juego que, tras haberse agotado el petróleo, distribuye la avaricia de otra manera y necesita de recomponer, rediseñar o inventar un sistema económico nuevo para que sigan forrándose los viejos de siempre.
La ruina puede sobrevenir, como sobrevienen estas cosas, sin avisar y sin hacer ruido, cuando estas compañías de asesinos; cuando estos ejércitos privados de primer nivel dependientes de un consejo de administración, y no de un gobierno, decidan que no tienen por qué conformarse con las mollejas que les deja caer en su plato el estado correspondiente, porque pueden zamparse la vaca entera en el momento en que se le ponga en sus fusiles.
Y la ruina, ya se lo advierto, Pérez, está al caer, porque el monstruo ha comprendido que es tan grande que ya empieza a ser invencible y puede desafiar a su papá estado. Y será una ruina que acompañará al mundo probablemente por centurias hasta que los pueblos comprendan que el fascismo es un cáncer para el planeta, que no se puede curar con apósitos y contra el que hay que utilizar el bisturí, extirpando el mal de una vez y para siempre.
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