Sí es si, pero no

Jose Miguel Montalbán.

Diciembre/22

 

Asombrado, ojiplático ando tras la reacción mostrada por los fascistas ante la aparente metedura de pata del Ministerio de Igualdad con la ley del “si es si”, y la encarnizada defensa que de las víctimas de abusos hacen quienes hasta antes de ayer disculpaban “gracietas” como la de la manada o justificaban, cuando no aplaudían, que un juez decretara la puesta en libertad de un “tocón” basándose en que su víctima llevaba la falda muy corta.

Algo parece que hemos avanzado teniendo en cuenta que la tribu de neandertales, sus compadres los herederos o los tontos útiles de habitual, se dedican ahora a criticar con saña a la señora ministra de la cosa igualitaria por su, al parecer, “garrafal” errar en la redacción de una ley que, en teoría estaba, entre otras cosas, destinada a defender a la mujer de las libidinosas y obscenas intenciones del macho cabrón hispánicus que no acepta un “no” como respuesta o que directamente ataca, sin preocuparse del criterio de aquella a quien corresponde la decisión.

Es de análisis pormenorizado y sesudo estudio sociológico cómo han cambiado en diez minutos los razonamientos jurídicos de jueces que hace diez minutos dejaban en libertad o reducían condenas, porque la víctima enseñaba un pezón y ahora dejan en libertad o reducen penas por ceñirse escrupulosamente a letra de la ley.

Las leyes están hechas para establecer una equiparación legal de los ciudadanos, al menos en lo formal, que ya sabemos que en la realidad nunca ha sido así y si robas una gallina tienes cien años de cárcel, pero si robas cien millones, con fianza vas a la calle, lo cantaba Peret y es verdad.

No vamos a referirnos al hecho de que si eres un macho cabrón hipánicus tienes muchas probabilidades de irte a casa, entre risas y en la compañía de tus compadres, con un tironcito de orejas; mientras que la mujer, por el macho cabrón hispánicus abusada, tiene muchas papeletas de volver a su casa llorando y en compañía de su rabia y dolor.

Pero las leyes, más allá de su redacción, también están sujetas al libre entendimiento de unos jueces que en no pocas ocasiones carecen de entendimiento y/o adolecen de la más mínima dosis de empatía con las mujeres que sufren el acoso o la violencia del macho cabrón hispánicus; máxime en un país como España donde muchas sentencias se dictan en despachos políticos, o por jueces que deben su carrera a políticos de todos los colores, y en el que la justicia es a la justicia lo que la Fórmula1 es al deporte, nada de justicia, solo un espectáculo, y en bastantes ocasiones francamente lamentable.


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