La Batalla de Lepanto

Jaime Tenorio.

Octubre/24.

 

El 7 de octubre de 1571, una armada cristiana comandada por Don Juan de Austria, lo mejor con lo que contaba España, y otra turca a las órdenes de Alí Bajá, lo mejor con lo que contaban los otomanos, se enfrentaron en aguas helenas en lo que pasó a la historia como la Batalla de Lepanto.


Resulta que en aquella época los turcos de Selim II andaban algo chuletas y muy crecidos porque el papá y el abuelo del Selim, Suleymán y Selim I, respectivamente, habían logrado consolidar y dar estabilidad a un imperio en Asía y por ahí, que hacía de los otomanos dignos adversarios del cortijillo español que dominaba en el resto del mundo.
Con esos antepasados tan magníficos que habían logrado meterse en la alforja territorial a todo el imperio Bizantino, es lógico que el bueno de Selim II quisiera emular a sus nobles antepasados, para no ser menos, contando además con la colaboración de un rey cristiano, católico, apostólico y romano, Francisco I de Francia, que como la mayoría de los capillitas era más falso que un pepero honesto, y de frente enarbolaba la cruz, pero por la espalda le cedía la base naval de Tolón, al turco para que desde allí amenazase el poderío español que molestaba mucho a aquel rey gabacho, felón y nenaza, así como a la isla de Malata, que era la niña bonita de la corona hispana, tan bonita era, que se la regalamos a los Caballeros de San Juan (cosas de nuestra España). El caso es que al Sultán no se le ocurrió otra cosa que atacar Chipre que estaba en manos de Venecia, una república mercachifle que lo mismo se aliaba con reinos católicos, que con el turco, según conviniese a sus monederos, siendo lo único sagrado que veneraban el oro y a pesar de Liga Santa y el Padre Nuestro y la madre que me los parió, y con ello tocar también las narices del Vaticano de Pio V, que entonces como ahora jugaba a defender la religión y esas cosas, pero que en el fondo se movía por el oro y la influencia territorial como cualquiera otro de los reinos del mundo mundial, de modo que puteaba a franceses, españoles, venecianos y demás por igual y sin mirarse en banderas, para que la Iglesia no fuera acusada de querer más a uno de sus hijos en particular, si bien hay que decir que a España le tenía una “consideración” especial por aquello de su espléndido esplendor y tal.

Lo cierto es que los otomanos se pasaron tres pueblos al atacar Chipre y le dieron la excusa al resto (menos los traicioneros gabachos que se quedaron a verlas venir y a ver qué podían sacar de todo el lío aquel) para unirse de nuevo en una Santa Alianza de la que todos sacaron partido, España (por una vez bien representada y con diplomáticos capaces y honestos) la que más (también fue España quien más aporto a la alianza), con las intenciones del turco para ir a darle al ídem, las suyas y las del pulpo.
De tal modo que aquel 7 de octubre de 1571 frente a las costas griegas de Náfpaktos (Lepanto) una armada otomana al mando de Alí Bajá y una cristiana que comandaba D. Juan de Austria, en total más de quinientas naves y unos cien mil tipos con malas pulgas mentándose a la madre en una mar tranquila se dispusieron a darse matarile del bueno.
La escabechina comenzó con un disparo de cañón de los turcos invitando a sus compadres de enfrente a unirse a la fiesta y con otro cañonazo ordenado por el Austria aceptando la invitación.
Hablar de Lepanto es hablar de una batalla naval, pues fue en el mar donde se celebró el convite, sin embargo fue una fiesta de infantería y aquello se ganó (porque aquello se ganó, que igual algún despistado aún no se había enterado) no porque los barcos cristianos fueran mejores o tuvieran más puntería que los turcos (las cosas en el agua estaban muy equilibradas); aquello se ganó porque la armada española llevaba a bordo a sus tercios y cuando se les ponía a mano un buque turco, los españoles, aguantando el cañoneo, se situaban a su costado y entonces entraban en juego las picas de nuestros soldados y abordaban al pobre desgraciado otomano al que ya no le servían sus cañones y lo único que podía hacer era sacar la espada y encomendarse a su Dios, porque se le venía encima la mejor infantería del mundo con órdenes de no hacer prisioneros.

Naturalmente, estando los españoles de por medio, en la escena no puede faltar lo sobrenatural ayudando a nuestros aguerridos cristianos, a los que la virgen echó una mano.

El resultado de aquella verbena, fue que se alejó el peligro turco del Mediterráneo, que España salió fortalecida, que los venecianos a la media hora estaban negociando con los turcos, que el Papa subió impuestos y diezmos, que el gabacho se quedó con dos palmos de narices, mirando de soslayo y sonriendo hipócrita no fuera que a los españoles ya metidos en el partido y con el precalentamiento hecho les diera por preguntar por aquello de Tolón y que un tipo que después escribiría cosas, quedó inútil de una mano con lo que se ganó el sobrenombre de “el Manco de Lepanto”, aunque su Quijote lo firmó con su nombre; Miguel de Cervantes Saavedra.Fíjense ustedes la de cosas que pasaron aquella buena jornada. Pues nosotros ni una mala conmemoración, que, si aquello lo hubiesen ganado los turcos, hoy sería conmemorado en todo el mundo, pero lo ganamos nosotros y ya se sabe de nuestra modestia en eso de sacar pecho.


Valoración: 4 estrellas
2 votos

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios