La condena de ser inmigrante


Ángeles Molina.

Abril/25.

 

A nivel social, las deportaciones pueden alimentar la xenofobia y la polarización. Los discursos que justifican estas medidas suelen construir una narrativa que culpa a los migrantes de los problemas nacionales, generando un clima de hostilidad y desconfianza.

 

 

Volvemos a vivir la vergüenza de las deportaciones masivas. Una herramienta a la que han recurrido los regímenes autoritarios a lo largo de la historia para utilizar a los inmigrantes como chivos expiatorios a los que acusar de ser los responsables de problemas, generalmente causados por la estulticia de los de mismos gobiernos que se ensañan contra los inmigrantes, predisponiendo, además, contra otro ser humano, a un pueblo normalmente acogedor y pacífico, que termina  por ser una horda furibunda, que como consecuencia de la manipulación mediática, acaba dispuesto a linchar a quien sea con tal de no mirar hacia quienes realmente causan los disparates sociales, que suelen tener pasaporte nacional y una más que saneada cuenta corriente. 

Inventar crisis migratorias, legislar para reforzar fronteras, suele responder a presiones políticas internas y con las que los gobiernos buscan un aliviadero de problemas mucho más serios y reales. Sin embargo, las consecuencias de estas políticas trascienden el simple acto de expulsar a un determinado segmento de población, y marcan a varias generaciones dejando cicatrices profundas tanto en los deportados, como en los países que proceden a su expulsión. 

Normalmente, las deportaciones masivas suelen implicar violaciones de derechos humanos. Muchas veces, las personas deportadas son separadas de sus familias, enviadas a países donde no tienen redes de apoyo o incluso a lugares donde su vida corre peligro. Este tipo de medidas ignoran la complejidad de la migración, reduciendo a los individuos a cifras, meros porcentajes estadísticos, olvidánose de reconocer sus historias y necesidades. 

Además, la expulsión masiva de personas suele conllevar un impacto económico en los países, ya que la expulsión de los trabajadores migrantes puede generar vacíos en sectores económicos clave, afectando la productividad y el crecimiento, de quienes los expulsan. Por otro lado, las naciones a las que estas personas son devueltas o enviadas pueden llegar a afrontar crisis humanitarias si no cuentan con recursos suficientes para integrar a los recién llegados adecuadamente en la sociedad que los acoge.

Muchas de estas personas deportadas han vivido años fuera de sus países de origen, lo que complica su reasimilación en sociedades que a veces los ven como extraños. 

Ilustración: IA Alternativa Mediterráneo. Uso libre

A nivel social, las deportaciones pueden alimentar la xenofobia y la polarización. Los discursos que justifican estas medidas suelen construir una narrativa que culpa a los migrantes de los problemas nacionales, generando un clima de hostilidad y desconfianza. Al mismo tiempo, las comunidades migrantes que permanecen en el país de destino pueden sentirse perseguidas y desprotegidas, lo que genera tensiones y fracturas en el tejido social. 

Históricamente, las deportaciones masivas han sido vistas con el tiempo como episodios vergonzosos. Desde las expulsiones de judíos y musulmanes en la España del siglo XV hasta las deportaciones de minorías en el siglo XX, estos actos han dejado cicatrices profundas que tardan generaciones en sanar. Pero para los regímenes autoritarios y los políticos de corte populista, es mucho más fácil apostar por un enemigo de interior y soluciones drásticas , que buscar la resolución de los problemas reales, que por lo general son generados por ellos mismos. La solución al problema migratorio debe estar basado en la aplicación de estrategias encaminadas a la integración, el respeto a los derechos humanos y la cooperación internacional. 

En un mundo interconectado, el reto no debería ser cerrar  fronteras, sino cómo construir sociedades donde nadie tenga que vivir con el miedo de ser arrancado de su hogar y tener cubiertas las necesidades básicas. 


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