Inflación atómica
Daniel Martín.
Marzo/24.
La inflación, pese a los esfuerzos de contención del gobierno, sigue siendo imposible de asumir para el 80 % de las familias españolas que se han visto obligadas a recortar su economía.
Estamos en guerra, no es una guerra sanguinaria en la que las televisiones nos ofrezcan la espeluznante visión de ver niños aplastados por escombros, no es una guerra que salpique nuestras calles de vísceras, es una guerra incruenta, sin muertos por balas. Pero es una guerra sin cuartel con millones de víctimas, es la guerra de la derecha más impresentable del mundo, que controla las líneas de producción y distribución, contra un pueblo empeñado en “votar mal”.
Es incomprensible y alguien debería explicar a los españoles cómo es posible que, en los supermercados de Europa, el aceite de oliva virgen español está más barato que en España, cómo un kilo de patatas en nuestros supermercados puede superar los dos euros, mientras que en el Bélgica no alcanza el euro, o cómo es posible que un agricultor de la vega de Valencia esté cobrando una miseria por su cosecha de naranjas y aun así se le esté pudriendo el producto en tierra, mientras en nuestros supermercados siguen atiborrándonos con naranjas sudafricanas, a precios de producto de la huerta valenciana.
El desorbitado incremento de precios está obligando a las familias españolas a hacer recortes en su economía: salir menos, comprar productos de menor calidad, pero más baratos, economizar en electricidad, recurrir a la gran superficie porque los precios de la tienda del barrio no pueden competir con los que marcan las grandes empresas; incluso, en casos extremos, pero cada vez más habituales, a suprimir alguna de las comidas. Ha dejado de comprar libros o revistas, de ir al cine, o de acudir a espectáculos, apurar cada vez más el depósito de gasolina, dejar de viajar...
Son los efectos de esta guerra incruenta pero muy destructiva que está librando el capital, la banca, la derecha, el neoliberalismo para intentar derribar a un gobierno que, aunque carga, con bravura contra el monstruo inflacionista, se estrella, una y otra vez, contra los molinos de un sistema diseñado al acomodo de los especuladores, de los avariciosos, de los explotadores, que se han garantizado la impunidad, impidiendo a los gobiernos actuar contra ellos porque el paradigma del liberalismo es que el “mercado” se autorregula, una falsedad más de las muchas que nos creímos en su momento y que ya se ha asentado en nuestro subconsciente como verdad absoluta. Además, que intervenir en los “mercados”, entrometerse en las políticas de empresa o regular los precios de estas, es, ni más, ni menos que comunismo, según el credo liberal que adora y vota la mayoría de los españoles, sin tener ni idea de que se está abrazando a los verdugos del maletín nuclear inflacionista.
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