Hitler al poder
Jaime Tenorio.
Enero/24.
El anciano presidente de la República de Weimar, Paul Hindenburg, presionado por el poder económico e influenciado por Göring, persona en la que confía, designa canciller alemán a Adolf Hitler, a pesar de estar absolutamente en contra de su ideario e incluso sentir profunda animadversión personal hacia el líder nazi.
Al finalizar la Primera Guerra Mundial el, en 1918, y como resultado de la derrota del régimen del Kaiser Wilhelm II, nace la República de Weimar, por primera vez en toda su historia, Alemania se convertía en un estado democrático. El nuevo Estado conlleva cambios importantes, los principales que el cargo de presidente de la república era electo y tenía una duración de siete años. La organización y soberanía del Estado recaía en El Reichstag (el Parlamento), que se componía de diputados elegidos cada cuatro años y basados en la representación proporcional: el número de escaños se basaba en el número de votos recibidos por cada partido. Con respecto al jefe de Gobierno o primer ministro (canciller) era designado por el presidente de la república entre los miembros del Reichstag, generalmente, pero no necesariamente, entre los diputados del partido mayoritario.
El presidente de la República de Weimar, Paul Hindenburg, saluda a Adolf Hitler en presencia de Hermann Göring.
El 30 de enero de 1933, Paul Hindenburg, anciano presidente de la República de Weimar, presionado por el poder económico e influenciado por Göring, persona en la que confiaba, designó, a pesar de estar absolutamente en contra de su ideario e incluso sentir hacia él animadversión personal, a Adolf Hitler como canciller, lo que suponía aupar hasta el poder a un golpista que hubo sufrido incluso prisión después del golpe fallido de 1923 conocido como Beer Hall Putsch.
La primera opción de Hinderburg había sido Franz von Papen, sin embargo la terrible fuerza del partido nazi en el El Reichstag (primera fuerza política) torpedeando constantemente la polítca del canciller, hizo practicamnete ingobernable la nación, lo que lelvó a Papen a ofrecer al líder nazi el puesto de vicecanciller. Sin embargo, Hitler, que anhelaba el poder absoluto, rehusó aceptar.
Finalmente, Papen se vio obligado a la disolución del Reichstag y la convocatoria de elecciones legislativas, sin que el resultado electoral alterase en exceso la correlación de fuerzas, a pesar de que los nazis perdieron 34 escaños. Aquello motivó que el canciller Franz von Papen renunciase finalmente a su cargo en noviembre de 1932.
Tras la dimisión de Papen, Hitler se dispuso a acceder al puesto de canciller; sin embargo, Hindenburg nombró a Kurt von Schleicher, un militar, disciplinado, que veía a la república como decadente y anhelaba la vuelta al absolutismo. En el transcurso de los dos meses posteriores, la política germana fuer un avispero donde las intrigas y las traiciones estuvieron a la orden del día, estaba tan degradada que Papen, como solución de emergencia, intentó sin éxito que Hindenburg lo rehabilitara como canciller y le permitiese gobernar por decreto.
Hitler no dejó de moverse entre las bambalinas y aumentó el apoyo que estaba obteniendo de los banqueros e industriales de toda Alemania, y estos, a su vez, incrementaron la presión sobre Hindenburg para que nombrara a Hitler canciller.
Papen, convencido de que Schleicher estaba decidido a acabar con la república desde dentro, determinó aliarse con Hitler en el intento de desbancar al intransigente militar.
Durante el mes de enero la situación se deterioró de tal manera que Schleicher le pidió en dos ocasiones a Hindenburg que disolviera el Reichstag y pusiera al país bajo decreto de emergencia. En ambas ocasiones, Hindenburg se negó obligando a Schleicher a renunciar.
El 29 de enero, acólitos nazis enviados por Goebbels hicieron circular el falso rumor de que Schleicher planeaba derrocar a Hindenburg, de manera que el enfermo presidente decidió que la única forma de eliminar la amenaza contra la república y acabar con la inestabilidad dentro del gobierno era nombrar a Hitler canciller.
De aquella manera, tan de rebote y anárquica, Europa se sumía en el vacío de la violencia y la ruina fascista.
Hitler aprovecharía la muerte de Hindenburg, que murió en 1934, para hacerse con el poder absoluto. El viejo presidente falleció sin ser conscientede que había condenado al mundo al caos y la barbarie nazi.
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