El Maine. Historia de una mentira 


Jaime Tenorio.

Marzo/23

 

En Marzo de 1898, los Estados Unidos declararon la guerra a España, excusándose en lo ocurrido el 15 de febrero de ese mismo año, en el puerto de La Habana, a las 21:40 h, donde el estruendo de una explosión, alteró la apacible noche de la capital cubana.

El buque acorazado Maine de la armada de los Estados Unidos, estalla causando la muerte a 266 de sus tripulantes. se trata de un acto de sabotaje interno que sirve de excusa al presidente McKinley, para declarar una planeada desde meses atrás guerra contra España, a la que se acusa de un acto de terrorismo.

 

Un episodio que dio lugar a  una de las páginas más trágicas de la historia y una de la más ominosas de las guerras habidas nunca en el mundo de las que se tenga constancia en los anales históricos. El desigual combate entre la obsoleta y mal provista armada española anclada en la Bahía de Santiago de Cuba, y la poderosa, moderna y bien pertrechada armada de los Estados Unidos, en el transcurso de la Guerra Hispano-Estadounidense, un conflicto propiciado por los USA y pergeñado para robar a España sus territorios en aquella parte del mundo.
El poder financiero de los Estados Unidos -la auténtica mafia- había decretado que las propiedades españolas en aquellos lares estarían mejor bajo dominio yanqui. Como cincuenta años antes habían decretado que debían robar más de la mitad de su territorio a México y dicho y ejecutado.

Como siempre ha sucedido a lo largo de la historia el imbecilizado ciudadano de los Estado Unidos estaba en contra de la guerra. Al señor Ferguson residente en Helena, Montana, de entonces le preocupaban las mismas que cosas que al señor Ferguson de ahora, acudir a su trabajo para atesorar dinero por si su prole enferma tener con qué pagar a los galenos y poder mandar sus vástagos a la universidad; mantener engrasado el mosquetón por si aparecen los mohicanos y acudir a misa todos los domingos con el libro de cánticos bajo el brazo, para que el todopoderoso tenga a bien recibirlo en su paraíso cuando el señor Ferguson la palme.

No obstante ni al señor Ferguson de antes ni al señor Ferguson de ahora, ni a las madres que me los parieron, le han interesado nunca los meneos de otros países, es por eso que los que manejan el cotarro se ven obligados a montar pollos de diversa envergadura y siempre bajo falsa bandera, en los que los Estados Unidos son atacados, inexcusablemente a traición y poniendo muchos muertos sobre el tapete.

Para poder robar a España sus territorios de ultramar los Estados Unidos utilizaron la mentira de un atentado de nuestro país (aun hoy se sigue explicando así en algunas aulas yanquis) un acto de suprema vileza, máxime porque fue cometido a traición y sin previa declaración de guerra, en la que la mano asesina de los españoles, que además en el colmo de la villanía habían organizado una fiesta en honor de los tripulantes del barco, colocaba una bomba en el acorazado Maine que al hacer “BOOM” además de abrir el casco del buque, hizo linda casquería entre la marinería porque, ya saben, los oficiales estaban en tierra.

La realidad es que aprovechando la generosidad, la confianza y también la tontuna de los españoles, los yanquis volaron su propio barco y asesinaron a su tripulación para obtener una excusa que les permitiera declarar la guerra a España, ya que no surtía efecto la provocación de mantener la isla durante meses “en cuarentena” –¿les suena?- con un bloqueo naval, sin declaración previa de guerra, que impedía el arribo de suministros para nuestras tropas en la región. Ante el fracaso de la táctica provocadora, Estados Unidos, el verdadero agresor, puso en marcha el plan B. Y se comenzó a apartar las sillas y dejar espacio para la verbena.

Previamente a la batalla de la Bahía de Santiago, la armada estadounidense ya se había enfrentado a la española el 1 de mayo en Filipinas destrozando a los nuestros (el Desastre de Cavite), en torno a cuyas aguas, que casualidad, llevaban meses de maniobras los buques yanquis cuando empezó el baile.

En la Bahía de Santiago, los modernos buques acorazados de Estados Unidos (dos flotas enviaron los traidores aquellos, al mando del almirante Sampson), bien pertrechados esperaban a que la armada española, recién llegada a la zona para sustituir a la perdida en Filipinas y bajo el mando del almirante Cervera, un marino avezado, sensato e inteligente, muy consciente de la superioridad, en número y armamento, enemigo, saliese a mar abierto y allí destrozar a nuestra escuadra. No obstante Cervera que era un militar muy capaz, había decidido, ante la clara inferioridad de nuestros barcos, mantener a la flota española a resguardo del puerto de Santiago y que si los yanquis querían su parte de la sangre española tendría que entrar a buscarla y les costaría cara, porque las defensas portuarias harían buena pitanza con los sobrinos del Tío Sam. Los yanquis que ya habían tenido el placer de conocer a las baterías portuarias españolas un mes antes, ni se pensaban ponerse a tiro remotamente y se limitaron a bloquear a la escuadra hispana en el puerto y rendirla por hambre.
En España entre tanto ese rebaño de traidores, arribistas, corruptos, inútiles y meapilas que tanto abundaba y abunda en los puestos claves de nuestra administración política y militar, cursaba las órdenes oportunas para propiciar la ruina de los nuestros, de modo que en la noche del 2 de julio de 1898, el almirante Cervera recibe la orden de abandonar el puerto y salir a mar abierta.

El comandante español arenga a sus hombres (no les miente y les dicen que van a mocharlos muy de parejo) y después toma la peor decisión para la salvaguarda de los seis buques bajo su mando (se perdieron todos) pero la más apropiada para salvar la vida de los marineros que tenía bajo su responsabilidad (de dos mil hombres se perdieron 400) y ordena salir con las primeras luces del nuevo día y manteniéndose en paralelo a la costa.

De cómo se desarrolló aquél tiro al pato naval es un dato que les voy a dejar a su imaginación, sólo mencionarles que los barquitos de papel españoles (sólo dos podían equipararse a los buques yanquis) debido a la estrechez del puerto hubieron de salir de uno en uno y las dos flotas enemigas enfrente y en arco tirándoles hasta la cubertería. Glorioso.

 

-Arenga de Cervera a sus hombres-
Ha llegado el momento solemne de lanzarse a la pelea. Así nos lo exige el sagrado nombre de España y el honor de su bandera gloriosa. He querido que asistáis conmigo a esta cita con el enemigo, luciendo el uniforme de gala. Sé que os extraña esta orden, porque es impropia en combate, pero es la ropa que vestimos los marinos de España en las grandes solemnidades, y no creo que haya momento más solemne en la vida de un soldado que aquel en que se muere por la Patria.
El enemigo codicia nuestros viejos y gloriosos cascos. Para ello ha enviado contra nosotros todo el poderío de su joven escuadra. Pero sólo las astillas de nuestras naves podrá tomar, y sólo podrá arrebatarnos nuestras armas cuando, cadáveres ya, flotemos sobre estas aguas, que han sido y son de España ¡Hijos míos! El enemigo nos aventaja en fuerzas, pero no nos iguala en valor. ¡Clavad las banderas y ni un solo navío prisionero!. Dotación de mi escuadra. ¡Viva siempre España!
¡Zafarrancho de combate, y que el Señor acoja nuestras almas!

Y así, el país más poderoso del mundo, comenzó a serlo, robando y asesinando, expoliando al que hasta entonces había sido el más fuerte del patio de recreo, un fortachón que en realidad seguía siéndolo, pero cuyos gobernantes, corruptos, incapaces y traidores, muchos de ellos a sueldo del enemigo, lo pusieron a los pies de los Estados Unidos, como siempre por un simple plato de lentejas y desde entonces.


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