Habemus Constitución
Jaime Tenorio.
Diciembre/23
El seis de diciembre de 1978 los españoles aprobamos en referendum nuestra Constitución, por lo que estamos de cumpleaños constitucional y olvidadizo, amnésicos desde la Transición y anestesiados por una democracia que desde su feliz alumbramiento ha estado tutelada por los herederos del régimen genocida que ensangrentó España durante cuarenta años más.
Permítame españolito que al mundo vino que lo felicite en este gozoso día en el que conmemoramos el 45 aniversario de nuestra magnífica, intocable, sagrada y envidiada en todo el orbe, Constitución. Ese tocho al que nadie hace caso y que sirve para ser arrojado a la testuz del adversario cuando conviene, además de llenarnos la cabeza de pajaritos a los españoles, entre otras cosas porque a nada compromete a nadie, resultando un magnífico y ejemplar compendio de recomendaciones y buenas intenciones, que más que por próceres de la patria parece escrito por don Saturnino Calleja.
Es nuestra sacrosanta Constitución un tocho intocable, salvo cuando a los de la viruta les interesa que se toque, y es entonces que se tocó, pero en verano y a traición, mientras la mayoría de los españoles nos envenenábamos comiendo en el chiringuito una patriótica paella, cocinada y ultracongelada en China. Un tocho constitucional que nadie respeta, especialmente los acérrimos patriotas que se pasan el día berreando que está para ser respetada, y rezando para que los demás la cumplan.
Una Constitución la nuestra que se autoinclumple en la aplicación de su artículo14, cuando se aplica el artículo 56, porque ese sí se aplica, respeta y cumple. Un texto cuasi sagrado que fue redactado por siete “padres”, Manuel Fraga, Gabriel Cisneros, Miguel Herrero de Miñón, José Pedro Pérez Llorca, Gregorio Peces Barba, Miguel Roca i Junyent y Jordi Solé Tura, y no por una Asamblea Constituyente en la que estuvieran representados todos los extractos sociales de la muy diversa diversidad española, siendo, además, los cuatro primeros felices progenitores antiguos capitostes de la sanguinaria dictadura del genocida Francisco Franco. Un texto elaborado por las élites y supervisado por la monarquía, que más tarde fue aprobado por unas Cortes que estaban para legalizar, que no legitimar, la herencia del genocida; incluso en el texto original constitucional, que se conserva en el Congreso de los Diputados, figura en su portada el escudo franquista.
Un tocho constitucional que, una vez moldeado a gusto de las élites franquistas y la monarquía, se sometió a la “aprobación” del pueblo español en un referéndum que fue en realidad un chantaje, porque lo que el pueblo soberano de España tuvo que dilucidar en aquella ocasión fue si aceptaba la Constitución que se le daba escrita y en cuya elaboración no había participado, o volver a la matanza, y claro, eligió el menos malo de los males.
Es la nuestra una Constitución en cuya aprobación, en aquel “referéndum” no participó el 60% de la actual población española, una Magna Carta avejentada, que en sus cuarenta y cinco años de existencia se ha modificado en dos ocasiones tan solo, y ninguna para incluir mejoras sociales o derechos ciudadanos; la primera en 1992, obligados por la Unión Europea para permitir la participación en las elecciones municipales de los ciudadanos extranjeros con residencia en España, y la segunda (aquella de en verano y a traición) en 2011 para sentenciar la “estabilidad presupuestaria” que no es otra cosa que anteponer el pago de la deuda, al derecho y bienestar de los españoles. O sea, que primero el banco, y luego usted.
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