La fundación impune: El Borbón y su exilio dorado


Specula.

Octubre/24.

 

El hecho de que Juan Carlos I continúe sin rendir cuentas no es solo un insulto a la democracia, sino un recordatorio constante de que, en el mundo de las élites, la impunidad parece ser la norma.

 

 

Juan Carlos I, ese rey aun a costa de la mayoría, emérito de España, ha vuelto a los titulares, por la opulenta y misteriosa vida que lleva en su exilio autoimpuesto en Abu Dabi. Lo último que sabemos es la constatación de su relación pública con la actriz y vedette Bárbara Rey, una figura que, durante décadas, ha estado envuelta en rumores sobre sus vínculos sentimentales con el monarca y presuntos pagos secretos para mantener su silencio. Ahora, las imágenes recientes de ambos juntos en fotos de hace 30 años reavivan los escándalos que, lejos de desaparecer, parecen multiplicarse.

Es alarmante que el rey emérito, un hombre que abdicó en medio de escándalos de corrupción, haya conseguido refugiarse en un paraíso de lujo como Abu Dabi, un lugar conocido tanto por su opulencia como por la falta de transparencia. ¿Qué clase de lección da España al permitir que quien fuera su Jefe de Estado, tras protagonizar una serie de escándalos financieros y personales, siga viviendo cómodamente con recursos que, en su mayor parte, nadie parece querer terminar de esclarecer? Y lo que es peor, lejos de ser juzgado con justicia, al erario público aún se cargan multitud de pagos formales de la que allí, en Abu Dabi también sigue resultado una vida disoluta.

En medio de este exilio de oro, ha salido a la luz la fundación que el monarca ha creado en Abu Dabi, una suerte de operación “de lavado” en la que el rey emérito parece querer purgar su imagen a través de gestos filantrópicos. ¿Es esta fundación un esfuerzo legítimo por contribuir al bien común? ¿O se trata, más bien, de un nuevo intento por blanquear su reputación, financiado quizás con el mismo dinero cuyo origen está bajo sospecha? La otra cara del invento financiero es el que su parentela herede lo divino, lo humano y lo robado sin pagar impuestos. De un Borbón es fácil imaginar aquello que se puede esperar y nunca será bueno.

Es imposible no preguntarse por qué un hombre que, se supone, debería dar ejemplo de honestidad y decencia, vive rodeado de lujo y excentricidades en un país donde la transparencia y la democracia no son precisamente sus valores más notables. Mientras en España muchos ciudadanos luchan por salir adelante en un clima de crisis, es casi insultante que la monarquía, en su vertiente más corrupta, se deleite en un estilo de vida de superélite sin rendir cuentas. Y lo peor es que gran parte de su vida de lujo, con yates, cacerías y viajes ostentosos, sigue estando financiada también, y esta es la otra cara de sus gastos, directa o indirectamente, por los mismos españoles que fuimos traicionados con su conducta.

La aparición pública de Juan Carlos I con Bárbara Rey es la guinda en el pastel del cinismo. No solo revive los rumores de relaciones extramaritales, infinitas, sino que pone en evidencia un patrón de secretismo, poder y dinero que ha manchado la monarquía española. Mientras él disfruta de su retiro en los Emiratos Árabes, el país sigue cargando con el peso de los errores que cometió durante su reinado. Los escándalos relacionados con la fortuna opaca de Juan Carlos, sus presuntas comisiones ilegales y las cuentas bancarias ocultas en Suiza han sido minuciosamente investigados por periodistas y jueces, pero la falta de consecuencias reales genera una sensación de impunidad que es francamente intolerable. Ser inviolable y no morir sino disfrutar mucho en el intento. Y lo de Bárbara, silenciada con entre 500 y 600 millones de las antiguas pesetas, también lo hemos pagado entre todos y algunos gritando ¡Viva el rey!

España necesita respuestas. La justicia debe ser implacable con todos, sin importar títulos ni honores. ¿Por qué seguimos permitiendo que el exmonarca disfrute de una vida de realeza mientras el pueblo enfrenta las dificultades del día a día? ¿Es que acaso las leyes no son iguales para todos? El hecho de que Juan Carlos I continúe sin rendir cuentas no es solo un insulto a la democracia, sino un recordatorio constante de que, en el mundo de las élites, la impunidad parece ser la norma. Ya se ve que la justicia es la serpiente que muerde a los descalzos solamente.

La fundación de Juan Carlos I en Abu Dabi no es más que otro mecanismo para distraer la atención de lo que verdaderamente importa: la rendición de cuentas y la justicia. No importa cuántas obras de caridad o gestos altruistas de trampantojo promueva esta fundación, mientras el origen de la fortuna del rey emérito siga envuelto en sombras, su legado seguirá manchado de corrupción y deshonra.

Es hora de que España, como nación, dé un paso adelante y exija transparencia, para demostrar al mundo que nadie, ni siquiera un rey, está por encima de la ley, y para exigir de modo definitivo un proceso constituyente que nos otorgue una República como forma moderna y transparente de gobierno.


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