Especial II República de España
Daniel Martín/Víctor González/Josemi Montalbán.
Abril/25.
El sueño de un régimen democrático se hizo realidad en España el 14 de abril de 1931 y perduró hasta que el fracaso de un intento de golpe de estado fascista derivó en una guerra civil que, finalmente, acabó con el sueño de libertad el 1 de abril de 1939, dando paso a un estado totalitario de corte fascista encabezado por el genocida Francisco Franco, quien estableció una sangrienta dictadura que sojuzgó a los españoles hasta la muerte del tirano el 20 de noviembre de 1975.
El inicio de la II República viene determinado por el triunfo de las candidaturas republicanas en las elecciones municipales de abril de 1931, lo que obligó al rey Alfonso XIII a exiliarse.
La Segunda República marcó un período de cambios significativos en la historia española
Prolegómenos.
El paulatino pero constante deterioro de la vida política de la España de principio del siglo XX, precedidos por los desastre de la Guerra de Cuba y Filipinas, y la posterior pérdida de los últimos territorios coloniales españoles en ultramar, así como la sangría de la Guerra del Rif, de lo que se culpó, y con razón, a los responsables de altas instancias gubernamentales, y la ineptitud de no pocos generales, pero de la que, curiosamente, la imagen del ejército salía reforzada, el hambre que padecía una buena parte de la población a consecuencias de los desmesurados privilegios y la corrupción de la una clase alta históricamente muy favorecida, los incipientes movimientos obreros, y el creciente temor de las clases alta y la monarquía a una revolución al estilo soviético en España, había ido decantando el desencanto social con la política, hacia una cierta "encomienda" al ejército, al que se consideraba tontamente libre de corrupción, para que asumiese el papel de garante de las libertades y derechos del ciudadano, lo que fue aprovechado por un general, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, para el 13 de septiembre de 1923, perpetrar un golpe de estado que tuvo éxito por el decidido apoyo que el rey Alfonso XIII al golpista, un error que dejó muy mal al monarca, constató que la monarquía no estaba del lado del pueblo y consolidó una dictadura militar duró siete años.
Tras el fracaso de la dictadura del general Primo de Rivera, que no resolvió ninguno de los problemas de España, pero agravó muchos y creo nuevos, el rey encargó a otro general, Dámaso Berenguer, la difícil misión de conducir a una España monárquica, pero con una monarquía tocada de muerte, hasta el que debe ser el camino de una democracia Parlamentaria al estilo de las monarquías europeas, en un periodo que se conoce como la "dictablanda". Sin embargo, las reformas tardan tanto en llegar y son de tan escaso calado social que la población pierde la esperanza en las promesas del nuevo gobierno y desconfía abiertamente de las intenciones de Alfonso XIII.
La situación de estancamiento político conduce a las fuerzas antimonárquicas a reunirse en San Sebastián en agosto de 1930 y concluir firmando un pacto por el que abrazan el ideal republicano, un ideal ampliamente apoyado por los intelectuales de la época, un apoyo que el filósofo José Ortega y Gasset, por ejemplo, hizo público en un demoledor artículo de prensa en el que terminaba asegurando que era necesario derribar al régimen Borbónico.

"La Republica terminará con los privilegios fiscales y la desigualdad tributaria. Todos los españoles deben contribuir por igual a los gastos del Estado, sin privilegio alguno de clase."
Vicente Blasco Ibañez.
Aunque fracasaron en diciembre de 1930 se produjeron dos movimientos antimonárquicos que pusieron muy nervioso a Alfonso XIII, por un lado la sublevación militar en Jaca, rápidamente sofocada y sus cabecillas, los capitanes Fermín Galán y Ángel Hernández, fusilados; pero que mostraba un cierto descontento en el seno del ejército, principal pilar sobre el que se asentaba la monarquía, y por otro lado la convocatoria de una huelga general que debería haberse llevado a cabo en apoyo de los primeros, sin embargo, los realistas la abortaron al encarcelar a todos los líderes obreros y sociales, descabezando el movimiento, logrando, ante la falta de liderazgo y por tanto de coordinación, silenciar la voz de la calle y que el vital apoyo ciudadano a los sublevados militares no llegase a producirse.
No obstante, ambos movimientos, unidos a la negativa de los partidos democráticos a participar de las elecciones convocada por el gobierno de Berenguer, sirvieron para que el monarca, cada vez más prisionero de sus errores, y enredado en la corrupción desmedida terminase por nombrar, en febrero de 1931 el almirante Juan Bautista Aznar (tíoabuelo de Ansar), como nuevo jefe de gobierno, y bajo la batuta de este, llegar a las elecciones municipales del 12 de febrero de 1931, que las fuerzas republicanas convirtieron en un plebiscito sobre la monarquía.

"República, siempre República, la forma de gobierno más conforme con la evolución natural de los pueblos".
Clara Campoamor.
El resultado que arrojaron las urnas dejó claro que el pueblo español no confiaba ya en la monarquía, a la que considera un nido de corrupción y una institución inmoral, ni pensaba volver a plegarse más a la voluntad autoritaria de gobiernos militares.
Aunque, mayoritariamente, los concejales monárquicos que resultaron electos superan ampliamente a los republicanos, como consecuencia del voto cautivo y el férreo control que caciques, terratenientes, latifundistas y potentados ejercían en el medio rural, pero es en las ciudades donde se toma el pulso verdadero de la política española, y en las ciudades los republicanos vencen con apabullante autoridad.
Al día siguiente de conocerse los resultados, el presidente del Gobierno, almirante Aznar, al acudir a su despacho con el rey, fue abordado por los periodistas y al ser preguntado sobre su parecer al respecto de si habría crisis de gobierno, el último jefe del ejecutivo alfonsino respondió: "qué más crisis quiere usted, que la de un país que se acuesta monárquico y amanece republicano".
Al día siguiente, 14 de abril de 1931, el rey Alfonso XIII partió, sin ser molestado en ningún momento, hacia Cartagena, donde embarcó con rumbo a Marsella. No regresaría nunca más a España. Ese mismo día, en Barcelona, Francesc Maciá y Lluís Companys, desde el balcón del ayuntamiento de la Ciudad Condal, proclamaban la república catalana en la república federal de España, mientras que en Madrid y otras capitales la población enfervorizada y pletórica de felicidad enarbolaba banderas y entonaba canciones republicanas, después que desde último Consejo de ministros del reinado de Alfonso XIII se informara al pueblo que entregaría el poder de forma pacífica.
Había nacido la II República de España.
El Bienio Social.
Los primeros años de la II República, comprendidos entre la proclamación republicana el 14 de abril de 1931 y las elecciones generales de 1933, fueron un periodo marcado por las profundas transformaciones que el gobierno de izquierda presidido por Manuel Azaña pretendía llevar a cabo con un amplio programa de reformas con las que perseguía una modernización del estado, al tiempo que impulsaba medidas para dar solución a algunos de los problemas más acuciantes de una España que había perdido el tren de la modernidad, la "cuestión social", la "cuestión religiosa", la "cuestión agraria" y la "cuestión militar", entre otras. Reformas todas ellas que encontraron una fuerte oposición no solo entre las clases sociales burguesa y privilegiada, también entre colectivos sociales humildes, principalmente femeninos, que, bajo una terrible influencia clerical, no dudaron en entonar el "España se rompe" de la época.
La travesía del Bienio Social atravesó duras condiciones y tuvo que sortear peligrosas "aventuras" extremistas, un levantamiento monárquico dentro del ejército que pretendía una nueva "restauración" devolviendo el poder a los Borbones, o en el otro extremo, conteniendo sin miramientos los intentos desestabilizadores de los anarquistas, alcanzando su punto álgido en 1932, con la reforma el ejército, la educación pública y el inicio de un gran programa de obras públicas.
Pero en 1933, el cansancio comenzó a hacer mella en el Gobierno, las fuerte presiones que recibía por parte del sector empresarial y financiero, que ponían zancadillas constante al empeño reformista, así como las exigencias y continuas insurrecciones anarquistas que complicaban mucho la labor de gobierno, unidas a las negativas e insalvables consecuencias de las reformas emprendidas como el aumento del paro, y la pérdida de influencia sobre las fuerzas del orden, que campaban un tanto a su aíre, ante la incomprensión ciudadana que se veía apabullada cuando no agredida por los abusos de poder unas fuerzas que lejos de garantizar el orden, eran en muchas ocasiones el origen de los desórdenes, todo ello llevó inevitablemente a un importante descrédito del Gobierno de la República y del Propio Azaña, que acorralado por las circunstancias y sus propios errores, renunció a la presidencia del primer gobierno de la II República de España, en septiembre de 1933.

El madrileño Manuel Azaña Díaz-Gallo (Alcalá de Henares, 10/01/1880 - Montauban, Francia, 3/11/1940) un escritor y periodista que fue presidente del Consejo de ministros de la II República de España en dos ocasiones la primera de 1931 a 1933, y la segunda entre 1936 y 1939.
Durante su gobierno, impulsó reformas significativas como la secularización de la vida pública, la reforma agraria o la autonomía de Catalunya.
El Bienio Radical.
El bienio radical (1933-1936) de la Segunda República Española representó un período de retroceso en las reformas impulsadas por el gobierno progresista de Manuel Azaña, tras las elecciones de noviembre de 1933, con la victoria de la Confederación de derechas.
Una de las conquistas de la República había sido el derecho al voto femenino. En aquellas elecciones en las que votaron por primera vez las mujeres su voto fue clave, bien inducidas estas desde los púlpitos de la iglesia que, inequívocamente estaba aliada con la derecha. Así aquella nueva España con las derechas de la (CEDA) y encabezada por el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux que impulso un giro contrarreformista hacia la derecha en la política española. Comenzaba así el bienio negro. Este cambio de rumbo estuvo marcado por el desmantelamiento de muchas de las reformas emprendidas durante el bienio anterior, lo que generó un clima de creciente tensión social y política.
Con la llegada de los nuevos gobernantes, la reforma agraria fue ralentizada e incluso revertida en muchos casos, devolviendo tierras a los terratenientes y anulando las expropiaciones realizadas por el gobierno anterior. Esto provocó un profundo descontento entre los jornaleros y campesinos, quienes vieron frustradas sus esperanzas de mejora económica y social. Al mismo tiempo, se eliminaron bastantes medidas de protección laboral y se reprimieron con gran violencia todas las huelgas y protestas obreras.
En el ámbito político, la reacción conservadora también se hizo evidente. Se frenó el proceso de descentralización impulsado en el bienio reformista, afectando especialmente a Cataluña y al País Vasco. La autonomía catalana, que había sido reconocida con su Estatuto de 1932, fue prácticamente anulada tras los acontecimientos de octubre de 1934, cuando el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, proclamó el Estado Catalán dentro de la República española. La respuesta del gobierno fue inmediata: el ejército intervino, el gobierno catalán fue destituido y encarcelado, y se suprimieron todas las competencias autonómicas.

Alejandro Lerroux García (La Rambla, 4/03/1864-Madrid, 27/06/1949), fue el fundador del Partido Republicano Radical, y presidió el Consejo de ministros en varias ocasiones entre 1933 y 1935, durante la Segunda República de España.
Uno de los momentos más críticos del bienio conservador fue la Revolución de Octubre de 1934. Ante la entrada de la CEDA en el gobierno, la izquierda y los sindicatos interpretaron este hecho como un intento de acercamiento al fascismo y convocaron una huelga general. El levantamiento obrero y de la sociedad en su conjunto fue especialmente intenso en Asturias, donde los mineros protagonizaron una revuelta que fue reducida por el ejército con extrema violencia, dejando miles de muertos y detenidos. Esta brutal represión acentuó aún más la polarización del país.
El gobierno de Lerroux, plagado de escándalos de corrupción, perdió legitimidad rápidamente. La CEDA, por su parte, presionaba para avanzar en una agenda aún más conservadora, lo que generó conflictos internos dentro el gobierno. Finalmente, el desgaste político y la creciente agitación social llevaron a la convocatoria de nuevas elecciones en febrero de 1936.

Los sucesos de Asturias, y la durísima represión del movimiento obrero por parte del ejército contribuyó a polarizar la política en la II República de España.
Aquellas elecciones de 1936 dieron la victoria al Frente Popular, una coalición de izquierdas que prometía retomar las reformas del bienio progresista y devolver así la justa normalidad democrática. En esos momentos, el nivel de confrontación entre izquierdas y derechas ya era extremo. La tensión política, los actos de violencia organizados en no pocas ocasiones por los seguidores de Lerroux y nunca desenmascarados del todo, profundizaron en acrecentar la falta de consenso para la gobernabilidad del país, y fueron el caldo de cultivo y la justificación que una parte del ejército con Mola, Varela, Sanjurjo, Queipo y el propio Franco a la cabeza, utilizaron para levantarse en armas contra la legitimidad republicana en julio de ese mismo año.
El bienio conservador no solo significó un retroceso en las reformas republicanas, sino que también evidenció la fragilidad del régimen ante los constantes instigamientos propiciados por una derecha monárquica y clerical a la que nunca le gustaron demasiado las urnas, salvo para su propio aprovechamiento.
El golpe de estado.
La precariedad de la sociedad española, el descontento republicano de una parte del generalato español, las traiciones del depuesto rey Alfonso XIII, intrigando en las cancillerías italiana y alemana para obtener financiación y apoyo de los dictadores fascistas Benito Mussolini y Adolf Hitler, contra la II República de España, el abrumador entusiasmo con el que las clases privilegiadas, los empresarios, banqueros, el clero y la nobleza, se mostraban dispuestas a acabar con el "experimento" republicano y entregarse a una nueva restauración que abriera, otra vez, a un Borbón la frontera española, se convirtieron, tras la victoria del Frente Popular en las elecciones generales de febrero de 1936 en el caldo de cultivo propicio para que germinase la idea de un golpe de estado fascista perpetrado por traidores del ejército encabezados por un golpista experimentado, aunque fracasado, como era el general Sanjurjo que residía, exiliado, en Portugal amparado por el "Estado Novo" del dictador luso, Antonio de Oliveira Salazar.
Espoleada por el discurso político, la violencia se desató en las calles de las ciudades de España, principalmente en la capital, donde la violencia fascista fue contestada desde las formaciones de izquierda con más violencia, de modo que el 12 de julio pistoleros de Falange asesinaban al teniente de la Guardia de Asalto José Castillo, que a su vez resultó vengado, cuando en la madrugada del 13 de julio un grupo de guardias de asalto detuvo en su domicilio al abogado José Calvo Sotelo, exministro de Hacienda durante la dictadura de Primo de Rivera (lo que lo había mantenido huido de la justicia española y protegido por la dictadura portuguesa en los primeros años de la II República de España), y líder de Renovación Española, una formación política de tendencia monárquica e ideología fascista que fue primordial para el desenlace de la posterior Guerra Civil.
Los asesinatos del teniente Castillo y de Calvo Sotelo, incrementaron hasta el punto de no retorno el odio entre españoles y precipitaron los acontecimientos.
El vendaval de sangre era ya imparable. El fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera, hijo del dictador, y preso en la cárcel de Alicante, llamó a sus seguidores a apoyar un eventual alzamiento militar, al tiempo que el general fascista Francisco Franco se trasladó desde Canarias a Marruecos para, siguiendo las órdenes del general Emilio Mola, líder golpista, ponerse al frente del ejército de Marruecos, sin embargo, Franco, a esas alturas de la acción, aún no ha declarado su adhesión al golpe de estado previsto para dos días más tarde 18 de julio. Los golpistas están nerviosos, no saben a qué ha ido el ferrolano a Marruecos, mientras ha enviado a su familia a Francia para ponerla a salvo.
En la madrugada del 17 de julio de 1936, los golpistas tuvieron conocimiento de que los servicios de inteligencia del gobierno republicano estaban al tanto de sus intenciones, y por ese motivo los traidores adelantaron el golpe previsto para el día siguiente. A las 5 de la madrugada, el líder sedicioso, general Emilio Mola, gobernador militar de Pamplona, envió un telegrama a diversas guarniciones, con un mensaje en clave: "Esta noche Elena ha dado a luz un hermoso niño". Se trató de la señal convenida por los traidores facciosos para iniciar el golpe de estado.
El golpe fracasó estrepitosamente en la España peninsular, donde la mayor parte del ejercito permaneció leal a la república, mientras que el pueblo se lanzó a las calles para defender el nuevo Estado. Fue en los territorios africanos donde los fascistas contaron con el apoyo suficiente para triunfar, sin embargo, la armada, que permaneció fiel a la república, estableció un efectivo bloqueo en el Estrecho de Gibraltar que impidió, en un primer momento, el paso del contingente fascista que estaba previsto entrase en Andalucía y consolidase las posiciones de las escasas fuerzas sublevadas en la península.
El obcecamiento de los líderes fascistas Emilio Mola y Francisco Franco, en no aceptar el fracaso golpista, apoyados por el dinero monárquico, las armas y tropas de Italia, y la Legión Condor de la Alemania nazi, derivó en una guerra civil que ensangrentó España durante tres años y sirvió como campo de pruebas a los fascistas para desarrollar el nuevo tipo de guerra que se avecinaba, un conflicto basado en el terror y los bombardeos masivos de población civil, tácticas inhumanas y cobardes que Franco desarrolló plenamente, y con bastante éxito, en España, donde se dieron masacres incensarías y completamente ilógicas como las de Jaén o Guernica, episodios que serían después reproducidos en bombardeos de población civil durante la II Guerra Mundial, siguiendo exitosos patrones establecidos en el conflicto hispano.
La barbarie estaba servida.

El general de origen cubano, Emilio Mola Vidal (Placetas, 9/07/1887-Alcocero, 3/06/1937) líder de los traidores que se sublevaron contra la II República de España, ya había desempeñado un papel protagonista durante la dictadura de Primo de Rivera y fue, junto a Francisco Franco, responsable último del inicio de la Guerra Civil, a la que condujeron a España tras el fracaso del golpe de estado de 17 de julio de 1936.
La Guerra Civil
Tras el fracaso del golpe de estado perpetrado por los traidores fascistas, los insurgentes recibieron la ayuda de la Alemania nazi, sin cuya colaboración la Guerra Civil Española jamás se hubiese iniciado, y creando el primer puente aéreo de la historia militar. Ya el 19 de julio de 1936 comenzaron a transportar tropas de Marruecos a España en aviones Yunkers JU-52 de la Luftwaffe, eludiendo así el efectivo bloqueo del Estrecho que estaba llevando a cabo la armada republicana. Los aviones alemanes lograron en los primeros días de la guerra transportar a más de cinco mil tropas entre Tetuán y Sevilla, unas fuerzas que consolidaron el poder fascista en la ciudad hispalense que desde el primer momento se sumó a la traición, reforzando sus posiciones defensivas ante un posible contraataque republicano, al tiempo que, a las órdenes de Queipo de Llano, amenazaban Córdoba y se preparaban para la toma de Extremadura.
Como en toda guerra civil, en España no solo se combatieron factores políticos e ideológicos, la guerra civil española estuvo marcada también por un fuerte condicionante religioso y de lucha de clases, poniendo en juego no solo las libertades en el futuro Estado, también la base social de España, con una continuidad en el subdesarrollo que representaba y representa la derecha arcaica, monárquica y católica, ante la modernidad y el desarrollo social que simbolizaba y simboliza el progresismo y la república.
Ante la superioridad que la ayuda Ítalo/Germana le otorgaba al bando fascista sublevado, el Gobierno de la República, presidido por José Giral, recurrió el mismo 19 de julio a la vecina Francia en demanda de apoyo bélico, una ayuda gala, a la que el presidente francés, León Blum accedió, antes de la encerrona que para la República de España supuso la creación del Comité de no Intervención, una auténtica trampa que dejó a la II República de España luchando prácticamente sola contra las dos potencias fascistas imperantes en el momento, y contra las fuerzas de los traidores españoles.
Francia logró enviar 26 aviones y cuantioso material de guerra, el 24 de julio, a cambio de ese material el Gobierno de la República autorizó la venta de 1.000.000 de libras esterlinas oro a favor del Banco de Francia.
La otra gran "democracia" europea, Inglaterra, por su parte, no hizo ascos a ninguno de los bandos en conflicto y, hasta la creación del Comité de no Intervención, proporcionó armas y suministros tanto a republicanos, como a los traidores fascistas.

El socialista galo, Léon Blum, fue un firme partidario de la II República de España, sin embargo, las presiones internacionales y el miedo generalizado al nazismo, hicieron que Francia también volviera la espalda a España.
Tras la entrada en vigor de las exigencias de no intervención, los bancos británicos continuaron apoyando al bando traidor vía Portugal que abrió sus fronteras a la ayuda que llegaba para los facciosos, mientras que torpedeó cualquier intento de hacer llegar ni una sola bala a la República.
El jefe del Ejecutivo español solicitó a Estados Unidos que no vendiera petróleo a los traidores, sin embargo, la respuesta del presidente Roosevelt, no fue la que hubiera podido esperarse del mandatario de una nación democrática, y el petróleo que movía toda la maquinaria de guerra fascista continuó llegando en ingentes cantidades pagado, con las libras que los bancos ingleses iban adelantando a los fascistas españoles en préstamos garantizados por millonarios empresarios hispanos y germanos.
Contrariamente a lo que sentencia una de las falacias de la historia, nunca fue Inglaterra, sino la II República de España, la que se enfrentó en solitario a las potencias fascistas en una lucha desigual y desesperada por la supervivencia. Una España republicana que solo recibió el apoyo de la Unión Soviética, mientras las “democracias” europeas la abandonaron a merced del monstruo fascista.

El presidente de los Estados Unidos de América, Franklin Delano Roosevelt, se negó a atender la petición de la II República de España para que su país dejara de suministrar petróleo a los traidores fascistas que se habían sublevado contra la legitimidad republicana.
Mientras las fuerzas de regulares y legionarios, más las unidades moras, continuaban llegando a Andalucía, gracias al puente aéreo establecido por la Luftwaffe para las tropas de Franco, los traidores emprendieron una de las acciones militares más importantes de la guerra civil; romper el bloqueo naval del Estrecho. La operación resultaba fundamental para los fascistas, por lo que las aguas del Estrecho de Gibraltar se convirtieron en testigo de los combates entre la armada republicana y la aviación nazi, enfrentamientos desiguales con los que los traidores, a pesar del valor demostrado por los buques de la armada republicana, lograron romper el bloqueo marítimo el 5 de agosto, y colar el denominado "Convoy de la Victoria". Una acción que dio un importante respiro a los sublevados en Andalucía que, al mando del traidor general fascista Gonzalo Queipo de Llano, se preparaban para extender la guerra por el oeste peninsular, ya con, a pesar de los esfuerzos republicanos por recuperar el control marítimo, la llegada garantizada de tropas y suministros, a través del Estrecho.
Aquellos convoyes marítimos resultaron vitales para el éxito de los sublevados que, desde Andalucía, enviaron hacia el Noroeste una fuerza compuesta por tres columnas que partiendo desde Sevilla marcharon contra Badajoz con la intención de enlazar con las fuerzas del general Mola que se habían adueñado de Castilla la Vieja (Castilla y León) y se dirigían contra el norte de Extremadura, para unirse a las enviadas desde la capital hispalense y unir de ese modo las dos zonas controladas por los traidores fascistas, en un movimiento que primero, tras la batalla en las inmediaciones del río Guadiana, tomó Mérida y dejó expuesta Badajoz a las unidades fascistas cuyo objetivo no era la toma de la capital pacense, sino enlazar las fuerzas sublevadas en el norte con las del Ejército de África, ejércitos que quedaron finalmente unificados bajo el mando del teniente coronel Yagüe, una operación que cumplió con el doble objetivo para los que fue diseñada, unir los dos ejércitos fascistas y asegurar la retaguardia de los traidores.
La República imposibilitada para intervenir con su escasa fuerza aérea debido al dominio que de los cielos tenía el bando traidor gracias a la Legió Condor nazi y la Aviazione legionaria italiana, no pudo emprender ninguna acción de apoyo a las fuerzas de tierra que defendían Badajoz, a pesar de lo cual las tropas republicanas, en inferioridad, opusieron una tenaz defensa republicana de la ciudad, que ocasionó un elevado número de bajas entre las filas de los sediciosos fascistas, Finalmente pero Badajoz cayó el 14 de agosto de 1936.
La toma de Badajoz, la pérdida de Extremadura dejó muy tocada a la II República de España, que perdió allí, en aquella batalla en las inmediaciones del Guadiana, la iniciativa.
El apoyo extranjero resultó primordial para que en los primeros compases de la guerra los sublevados fascistas consiguieran consolidar el control en amplias zonas del Oeste peninsular, algo que les permitió establecer frentes, y organizar operaciones de calado como la marcha contra Extremadura, lo que hizo posible desarrollar una ofensiva más organizada, que superaba a las, comúnmente, desorganizadas defensas republicanas, a cargo de milicianos y brigadistas, en muchos casos sin experiencias previas de combate.
La Batalla del Ebro, librada en 1938, se convirtió en uno de esos episodios que marcaron aquella resistencia republicana a ultranza. Se trató de una ofensiva, la última, con la que el bando republicano pretendió frenar el avance franquista a lo largo de una de las arterias más importantes del país, un plan diseñado para recuperar posiciones y retrasar la victoria fascista que, aunque obtuvo un éxito inicial, terminó fracasando, convirtiéndose en una carnicería en la que ambos bandos sufrieron importantes bajas y pérdidas materiales.
La derrota en el Ebro dejó sin esperanza de pervivencia a la II República que, en esas fechas, imposibilitada para vencer, fiaba ya todo a la explosión de la II Guerra Mundial, que se ya sabía inevitable.

La Batalla del Ebro fue el punto de inflexión en la Guerra Civil Española, fue la batalla en que más tropas se enfrentaron, y se convirtió la más larga, y una de las más sangrientas de la guerra.
Tras la fracasada ofensiva republicana sobre el Ebro, el conflicto se centró en algunas zonas urbanas, donde capitales como Madrid y Barcelona se convirtieron en escenarios de intensos combates e inhumanos bombardeos. No se trataba en estos casos de una pugna por plazas de mayor o menor importancia militar, sino de una lucha por el control simbólico de la nación, más centrada en la ganar la guerra de la propaganda, que en ganar una guerra que la II República de España ya tenía perdida sin remedio.
Los ejércitos franquistas avanzaron casi sin oposición hacia el Mediterráneo y se prepararon para la ofensiva contra Catalunya. El Ejército Republicano del Este se vio obligado a retirarse ante el incesante acoso de la Legión Condor nazi que bombardeaba constantemente las formaciones republicanas, y la superioridad artillera que las baterías italianas daban a los sublevados, por lo que los traidores fascistas entraban, prácticamente sin oposición en Barcelona el 26 de enero de 1939, y el 4 de febrero se paseaban por Gerona.
Todo estaba perdido, y a la II República de España solo quedaba esperar el estallido de la Segunda Guerra Mundial, e involucrarse en la lucha global por la libertad.

El traidor fascista, Francisco Franco, quien después de traicionar a la II República, traicionó a sus camaradas de armas que pretendían devolver el trono a un Borbón, e instauró en su lugar un régimen genocida basado en el terror y sostenido en la corrupción que aún hoy, sigue pudriendo a España
Sin embargo, tras la firma de los acuerdos de Múnich, en los que había quedado patente la sumisión de Francia e Inglaterra al nazismo alemán, aquella diminuta esperanza se convertía en utopía.
El 29 de marzo de 1939, las tropas fascistas entraron en Madrid, lo que propició la rápida caída de la zona centro-sur que había permanecido leal a la república hasta el fin.
El 1 de abril de 1939, desde Radio Nacional de España la radio fundada por los traidores, estos difundían su último parte de guerra:
"En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.
El Generalísimo, Franco
Burgos 1° de abril de 1939."
Después llegó la represión, el terror de un régimen fascista bajo la guadaña de un asesino, de un criminal sátrapa, Francisco Franco, que ensangrentó España hasta el 20 de noviembre de 1975.

Los actuales reyes de España, Juan Carlos I, quien sucedió al asesino Francisco Franco en la jefatura del Estado español y su hijo, Felipe VI, quien comparte el trono con su padre, tras la abdicación de este el 18 de junio de 2014, y su designación como “rey emérito”, a fin de mantener su impunidad.
La presunta democracia.
A la muerte del genocida España se convertía en una monarquía de nuevo, y de nuevo en el trono se aposentaba un Borbón, el rey Juan Carlos I, sucesor del sanguinario dictador, un monarca sucesor ilegítimo de un ilegítimo asesino, que se mantiene en el trono, a pesar de haber abdicado en su hijo, Felipe VI, quien reina, junto a su padre, que lo también lo hace como rey emérito, un reino que les regaló el capricho de un traidor y asesino fascista.
La España actual, afortunadamente nada tiene que ver, socialmente, con aquella de 1936, sin embargo, política, religiosa y financieramente no ha cambniado tanto y, sobre todo, nueve décadas después, sigue pendiente la legitimidad de un Estado, dibujado de monarquía, por expreso deseo de un asesino, y el capricho de unos poderes fácticos que tampoco han cambiado en exceso a lo largo de la historia, y con un pueblo al que nadie ha preguntado.
Créditos a quien corresponda.

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