El fascismo en guerra


Josemi Montalbán

Agosto/24.

 

Se ha quedado el patriotismo de pulsera pasmado y sin un santo al que rezar el rosario, con cara de; “esto no me puede estar pasando”.

 

 

El reciente acuerdo alcanzado entre la organización criminal PP y el Gobierno de España para la redistribución de casi 400 niños menores inmigrantes y no acompañados, ha desatado un conflicto, de baja intensidad, sin intención de hacerse pupita, pero conflicto al fin, desencadenado por el clan de nazis trogloditas VOX contra sus cómplices de la banda franquista PP al romper, de mentirijilla y poniendo morritos, pero romper oficialmente los acuerdos alcanzados para la gobernabilidad de distintas comunidades autónomas, ha puesto de manifiesto, por si alguien aún no lo tenía claro, la fragilidad de unos planteamientos absurdos, tan ultramontanos que ni tan siquiera los ultramontanos de la banda franquista pueden compartir, aunque en el fondo los compartan, pero como son bastante más hipócritas que sus primos nazis, y se han adaptado mejor al marketing democrático, de cara a los mass media”, los rechacen. 

Se ha quedado el patriotismo de pulsera pasmado y sin un santo al que rezar el rosario. El acérrimo odio que los mediocres abrigan contra cualquiera que pueda ponerlos frente al espejo de su propia incapacidad; el pánico que, conscientes de su incapacidad, a los menguados posee cuando han de medirse a alguien distinto, a un fulano que viene de fuera, especialmente si es un fulano pobre, son nucleidos ajustado en el ADN del fascista desde que la vileza tiene rostro faccioso. El fascista es un espécimen por lo general engreído, soberbio, con tendencia a embestir, enemigo del pensamiento o la razón, más que propenso a confundir lo culto con el culto, que demoniza la cultura (a la postre la liberadora razón), mientras ensalza y protege la superstición, la superchería y el dogmatismo (la sumisión al fin), gentes que se pasan la vida exigiendo el respeto que merecen, mientras ningunean a los demás el respeto que merecen. Se ha quedado el patriotismo de pulsera pasmado y sin un santo al que rezar el rosario, con cara de; “esto no me puede estar pasando”. El clan de los nazis trogloditas VOX, al contrario que sus cómplices de la banda franquista PP, han sido incapaces de cambiar la chaqueta de pana por la de fino tejido de corte italiano, y no han querido, o podido, tampoco disimular su hedor a dehesa con el último perfume llegado desde la city londinense, ambas cuestiones que, teniendo en cuenta la hipocresía y vileza con la que se conducen los franquistas del PP, igual y hasta deberíamos de agradecer. Inadaptados a la democracia y las formas democráticas los de Abascal, sosteniendo la garrulez de su líder a pulso, se han afanado en volcar todo su odio y supersticioso fanatismo primitivo, en la frágil existencia de unos pequeños que solos, hambrientos, cansados y heridos, logran llegar hasta nuestras costas viajando en un patito de goma que les proporcionan unos bastardos que se lucran comerciando con la vida humana. En el desvarío patriótico de los fascistas, son estas criaturas un potencial peligro para la integridad territorial de España y su sacrosanta unidad, para nuestras costumbres y nuestro modo de vida, un peligro que merece la serena respuesta de los cañones de nuestra armada nada más alcanzar las aguas territoriales de Al-Ándalus. 

Sin embargo, tanto los patriotas de traje a medida, como los de boina y cordel al cinto, olvidan que el patriotismo no es colgar una bandera en el balcón y bajar a los sótanos de un edificio construido por una multinacional inglesa, subir a un coche fabricado por una multinacional alemana y salir cenar a un restaurante perteneciente a una multinacional estadounidense, antes de acudir a una manifestación para protestar por la llegada de unos niños asustados e indefensos a una ciudad; justo antes de obtener en un cine gestionado por una multinacional francesa una entrada para ver el último estreno adoctrinador recién llegado desde Hollywood. Se han olvidado los patriotas de pulsera, de que la patria se defiende protegiendo el comercio, la industria, la cultura y las tradiciones (en su totalidad y no solo las bárbaras y religiosas), la salud y la vida de quienes pueblan un determinado lugar, incluso la de aquellos que lo pueblan llegados desde otros lugares, desde otras patrias de las que, seguramente otros fascistas, les han obligado a huir. 

El fascismo está en guerra, chiquita, y, aunque chiquita, bienvenida sea la confrontación, porque de la derrota del fascismo solo puede emerger un poquito de cordura, razón y decencia.  


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