El Nuevo Medievo
Daniel Martín.
Abril/25.
Los corruptos son conscientes de que toda corrupción abre grietas en el edificio democrático, pero, por regla general, a los jueces, fiscales, policías o militares corruptos, la democracia les suele importar de nada a bastante menos.
España tiene un serio problema con la corrupción en general, y con la corrupción judicial y policial muy en particular, paradójicamente las instituciones encargadas de velar por nuestras libertades son las que más en riesgo, muy por delante de la corrupción política, están poniendo nuestras libertades.
Los organismos encargados de perseguir y detener a quienes se comportan de forma antidemocrática son los que mantienen comportamientos más antidemocráticos.
Son demasiados los casos sucios desde el GAL, hasta el Informe Pisa, pasando por los procesos contra PODEMOS, en los que a lo largo de estos cincuenta años de monarquía se han visto involucrados los servicios de inteligencia, la policía o el poder judicial, tantos que necesitaríamos muchos más bits de los que me han asignado para este espacio de opinión, tan solo para enumerarlos.

La exministra y vicepresidenta del gobierno de Mariano Rajoy, María Dolores de Cospedal, en su comparecencia en la comisión de investigación sobre la operación Catalunya, orquestada desde el Ministerio del Interior durante su gobierno para perjudicar al independentismo catalán.
Foto: Catalunyapress
Desde las amantes reales, a la descarada prevaricación de jueces que pueden hacer y están haciendo, pasando por la utilización torticera de unos medios de comunicación mercenarios para difundir mentiras sobre rivales políticos, parece que en España todo vale, siempre que provenga del lado correcto de la historia (la derecha) y vaya acompañado del sobre con el grosor debido.
La corrupción en el seno de la judicatura y las fuerzas de seguridad, al contrario que ocurre con la corrupción política, viene dada y definida, más por ideología y afinidad política, que por el reparto de un botín de dineros públicos que terminan en bolsillos privados. Aunque de todo hay en esta viña del señor feudal.

El excomisario Villarejo, un oscuro personaje que es el principal responsable de la inmundicia que ha ensuciado la vida política y social española en las dos últimas décadas, con conexiones con los gobiernos del PP y siniestras figuras de la comunicación como Ana Rosa Quintana.
Foto: EFE
Los corruptos son conscientes de que toda corrupción abre grietas en el edificio democrático, pero, por regla general, a los jueces, fiscales, policías o militares corruptos, la democracia les suele importar de nada a bastante menos. Su proceso ideológico se quedó varado en 1975, como el de muchos de los políticos gracias a los que medran en un sistema alumbrado por la ilegitimidad del régimen que presuntamente murió en 1975, y añoran volver a aquella dictadura, ahora sin dictador, pero con los mismos autócratas.
Pero no debemos caer en el victimismo y pensar que la corrupción es un mal que aqueja solo a España, porque nos estrellamos con la realidad. La corrupción, policial, jurídica, mediática, además de la política, se da en todo Occidente, en todas las denominadas “democracias liberales” porque el liberalismo va precisamente de eso, de comprar y vender.
Es una estupidez, que estamos cometiendo, banalizar, restar importancia a los temas de corrupción, esencialmente a la corrupción que pudre nuestra sociedad desde las instituciones de justicia y los cuerpos encargados de velar por las libertades que se supone nos asisten en un estado de derecho. Un peligroso ejercicio que nos puede conducir a perder cuántos derechos tanto, y tanta sangre ha costado lograr, y caer en las manos de señores feudales, que además nos van a exigir, nos están exigiendo ya, que vayamos a morir a sus guerras.
No es un lujo que se pueda dar un estado de derecho, el de permitir que un puñado de corruptos ubicados en puestos clave de la judicatura y las fuerzas de seguridad utilicen las estructuras del propio estado de derecho para favorecer los intereses deshonestos y antidemocráticos de quienes pagan y protegen a ese puñado de corruptos, al tiempo que socavan y agrietan los pilares del mismo Estado.
La democracia, la libertad, más que les pese a quienes los votan, no es Ayuso, no es Milei, no es Trump, ni Meloni, no es Orbán, ni mucho menos Abascal. Todos ellos hablan de libertad, usurpan el derecho de llamarse demócrata a los demócratas, pero no son más que el nuevo Medievo que nos llega, señores medievales a grupas de estupidez e incultura.
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