El47

 

Lector Impertinente

Noviembre/24.

 

Una historia real que cuenta un hecho admirable: como un hombre valiente y persistente es capaz de luchar para que, en su barrio, a las afueras de Barcelona y en una colina, Torre Baró, en los años 70, llegase una línea de autobús, ya que ello supondría una mejora muy significativa en la calidad de vida de sus vecinos que se veían obligados a bajar y subir kilómetros para ir a trabajar, comprar, ir al médico, escuela... Ya que este barrio no contaba con comercios, servicios públicos ni tan siquiera instalaciones de luz, gas ni agua corriente.

 

Es una película interesante y original, hay pocas que cuenten una historia basada en hechos reales sobre un acto de disidencia pacífica y movimiento vecinal, es una apuesta valiente, no comercial, progresista, revolucionaria... Sin embargo, pierde puntos en cuanto al ritmo, es lento y poco dinámico, la trama se estanca y se vuelve algo pesada, quizás haberle dado más protagonismo a otros personajes, diálogos más profundos, optar por documental en vez de largometraje... Hubiera resultado más idónea y entretenida.

Sin embargo, merece la pena y mucho, invita a la reflexión sobre nuestra capacidad individual de provocar un cambio en la sociedad, normalmente pensamos que no merece la pena hacer nada, que no depende de nosotros... Nos equivocamos y mucho, la unión hace la fuerza, pero uno o varios son los que lideran.
Manuel representa el líder de este movimiento y su mujer e hija tienen unos papeles magníficos, son fuertes, maduras, valientes y capaces de enfrentarse contra la autoridad y poder establecido sin miedo a las represalias, no es común que las actrices tengan un papel tan destacado y positivo en la trama, por lo que, es de agradecer.

La película cuenta la historia del barrio de Torre Baró, pero puede ser asimilable a la de muchos otros barrios pobres o suburbios, la realidad es que a ningún político ni siquiera a la mayoría del resto de población que vive fuera de ella, le interesa lo que en la misma suceda e incluso no conocen la realidad de estos lugares, ya que sus vecinos son víctimas de discriminación y prejuicios, la delincuencia, violencia, venta ilegal de sustancias, convivencia de muchos y diversos inmigrantes, con sus consecuentes conflictos por diferencias culturales y tradiciones... La solidaridad en esta sociedad escasea, es por ello que, los barrios pobres son ignorados sistemáticamente, a izquierda y derecha del tablero político, parecen ser un lastre, una vergüenza, unos parásitos... Sin embargo, son productos de las injusticias que padecen.

En mi opinión, los delincuentes no nacen, se hacen; la falta de educación y sanidad pública de calidad, los nulos o escasos recursos económicos, oportunidades laborales precarias o inexistentes, instalaciones de suministros básicos defectuosos o por instalar... Todo ello es lo que causa la diferencia entre ricos y pobres, ciudadanos o delincuentes, educados o groseros...
Los cambios no son fáciles ni rápidos, obligan a hacer cosas por la fuerza, sin permiso, ya que, tras los intentos de solventar los problemas por vía burocrática (que para grandes avances no sirve de nada, incluso ni para los insignificantes), solo cabe la desobediencia, resistencia y fortaleza.

La visión juvenil de antaño, de la época franquista y especialmente en la transición de luchar por los cambios, se ha visto cuasi opacada por completo, el conformismo, la comodidad y la resignación provoca que la juventud se preocupe, pero no se ocupe de hacer nada, falta liderazgo y organización, solidaridad, empatía, conocimiento y, fundamentalmente, educación en valores y de la realidad social del lugar de residencia.
La política a través de la democracia se queda corta para generar cambios significativos, se encuentra demasiado alejada del ciudadano, mientras algunos propugnan la supresión de autonomías, yo abogo por la creación de organizaciones vecinales con voz y voto en las decisiones políticas locales, ya que ni tan siquiera los alcaldes actúan en beneficio de su pueblo, por falta de ganas o de capacidad y eso, justamente, es lo que genera injusticias, desigualdades, descontento, delincuencia...

En conclusión, debemos ser valientes, no conformistas, interesarnos por la política, por generar cambios de mentalidades y ser capaces de luchar por la justicia, ser solidarios, empáticos, educados, tolerantes, comprensivos, atentos con los otros, especialmente con los más desfavorecidos y tener la suficiente valentía, constancia y determinación para no desistir.

Ningún avance social es regalado ni intocable y todos los derechos que poseemos pueden ser arrebatados, la educación es el mejor arma contra las injusticias; la lucha pacífica, unida e incansable es la mejor herramienta para lograr cambios.

Por último, decir que al final, suena una canción protesta, preciosa y reivindicativa que, tras ver la película, emociona y conmueve profundamente, cerrando con broche de oro e infografías una historia que merece la pena ser conocida, contada y vista en masa.

Me encanta el cine social. Además del entretenimiento tiene el valor añadido de lo necesario. Se ocupa de temas, personas o circunstancias que, muchas veces, no queremos ver. Yo no voy al cine a sufrir, dicen muchos. Y de lo pensar está bastante infravalorado. Así que estás películas se ocupan de vitaminarnos un poco. Entre el ocio superficial y el intelectualismo complicado, nos dan una cucharada de realidad que nos limpia la memoria y nos sitúa como individuos y como clase.

Yo creo que esta película lo hace de una forma perfecta. La violencia, que la hay y mucha, contra los desfavorecidos. La injusticia y desigualdad de formas de vivir (o de malvivir) entre grupos sociales. Las castas, en fin... Los de abajo, que viven en una altura vertiginosa y agotadora donde no llegan las comodidades, bueno ni las primeras necesidades, de la vida ciudadana. Los expulsados del centro, del extrarradio y de las primeras matas de ciudades hambrientas de obreros hambrientos. Las migraciones involuntarias. El desarraigo de cualquier raíz que te alimente y proteja. La invisibilidad, el recelo, o incluso, el asco de los nadies. Todo eso hay que decirlo, aunque te ponga pinchos en el asiento donde has ido tranquilamente a ver una peli.

Tengo que decir que a mí no me resultó incómoda sino dolorosa. Los de Torre Baró se han adelantado con este testimonio a los de el Pozo del Tío Raimundo, por ejemplo.

Y sigue vivo en barracas, chabolas y favelas de más de medio mundo. Y hay que contarlo. Con esa media lengua, maravillosa, del que llega, se integra, se asimila y lucha por mantener su historia personal, familiar y local.

También me gustan estas películas porque están trabajadas de una forma especial. El guion se escribe con muchas manos: las de la cabeza, el corazón, las tripas y muchos sentimientos moviendo ese material sensible para que nos emocione y nos motive sin llegar a la manipulación ni el adoctrinamiento. Creo que está conseguido. Tal vez no todos, pero hay varias generaciones (y estaban en ese cine cuando acabo la película y aplaudimos muchos) que nos reconocimos en esas imágenes de archivo de las ciudades voraces, los pantalones de campana y las primeras guerras de las galaxias y luchas sindicales y sociales. He visto a la abuela manchega, al padre ferroviario, a la madre polivalente y extraordinaria... y a muchos más en un arco de personaje entre la indiferencia, el egoísmo adolescente y la toma de conciencia. Ese gallo rojo se me atragantó en la garganta y lloré...

En fin, también me dio tiempo a percatarme de otras cosas. Me gustó el guion, la mano creativa del director, el esfuerzo conseguido sobresalientemente de la ambientación y la extraordinaria interpretación de todo el mundo. Parece, como decía alguien, que estaban tocados por un espíritu, no santo, sino sobrehumano.Maravillosa. ¿He contado que aplaudimos cuando acabo la película? ¿Y que durante un buen trecho dejamos el asiento del cine para subirnos a ese autobús? ¿Y que sentimos que cuando el cine no parece cine es más cine que nunca? Más cine de este, por favor.


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