Día III 

No he pegado ojo. La nave hace un ruido espantoso. Yo creo que va a ser problema del carburador, estas cosas siempre son cosas del carburador.  

Eché un vistazo al delco, pero del delco no es, por ahí puedo estar tranquilo. Intenté encontrar el reparador sueño sintonizando alguna emisión de radio, pero aquí solo llega Radio María. ¡Qué tostón! 

Como no podía dormir me dediqué a pasear por la nave para ir familiarizándome con la que va a ser mi casa, no sé por cuánto tiempo, pero me temo lo peor. Parece ser que la empresa subcontratada para construirla cobraba por esquina, porque esto tiene más recodos que el Río Xingú. Alguien, sin duda un ilustrado, tuvo la feliz idea de equiparla con una amplia biblioteca, pero delegó en algún sacristán la labor de proveerla, porque al margen de las obras completas de Santa Teresa y la Noche Oscura del Alma de Juan de la Cruz, solo hay una biografía de los Reyes Católicos, una biblia canóniga y un Cartas a un Joven Español de San José María Aznar.  

La cocina es pequeña, pero está muy bien equipada, se nota que alguien en el ministerio tenía un amigo en Balay, y profusamente abastecida con latas de fabada Litoral y espárragos Carretilla. De beber como seguramente el asesor del ramo era abstemio solo nos embarcaron la asquerosa zarzaparrilla de los yanquis, ni una puta cerveza, de modo que beberé agua, porque esa porquería de Atlanta yo no la tomo, aunque me acompañe la sed que debió padecer el tal Moisés y los judíos aquellos vagando los cuarenta años por el pedregal aquel.

Cuento también con una sala de proyección cinematográfica, dotada con los últimos avances técnicos y mecánicos. Me da un poco de vértigo imaginar el dineral que se ha tenido que invertir en ella. El problema es que el encargado de su “programación” fue seguramente un capellán de la legión, porque puedo elegir entre grandes joyas de la industria cinematográfica hispana, como Currito de la Cruz, Los Últimos de Filipinas, con Fernando Rey, El Cristo de los Faroles, Raza con Alfredo Mayo y Ana mariscal o Sor Citroën, con la simpática Gracita Morales, entre otra magnifica representación de lo más rancio de nuestro cine. Menos mal que me descargué la primera noche la filmografía completa de Sylvia Kristel y Cicciolina, con las que podré entretener mis largas noches de insomnio. Solo tengo que estudiar la manera de conectar mi pendrive, al proyector de última generación con que va equipada la nave, pero no creo que tenga excesivo problema para ello. Al fin y al cabo, no estoy metido en este lío por mi formidable rostro y mi cultivado cuerpo digno de Apolo, sino por mi cerebro y abultado currículo sobre chapuzas de todo tipo, en las que soy un consumado especialista y esa era mi misión en esta misión, hacer de “chispas”, además de procrear con la desdichada y arrugada Lidia que en gloria esté, y a pesar de sus dolores de cabeza. 

No sé qué hora es, en el espacio se pierde la noción del tiempo, y tampoco es que el tiempo tanga la menor importancia cuando vagas por el cosmos en un chisme de la Agencia Espacial Española, sin rumbo y sin la menor idea de dónde estás y mucho menos dónde terminarás. Pero debe ser mediodía, porque tengo hambre y yo siempre tengo hambre a mediodía.  

A ver qué encuentro por la alacena.

 

(Continuará)