Día II.

Ilustración: IA Alternativa Mediterráneo. Uso libre

Me he alegrado de ser previsor y traer oculta en la fiambrera oficial que nos entregó la AEE, en lugar de con la tortilla de patatas con pimientos para el almuerzo, una batería fabricada con tres pilas de petaca conectadas en paralelo y que enchufé a mi congelador, nada más embarcar, porque, conociendo como conozco a mis compatriotas y su natural tendencia al “no haga hoy lo que pueda dejar para mañana”, no me fiaba de quienes tenían la obligación de cerciorarse de que estaban todos los tornillos bien apretados. 

Precaución que, a tenor de lo visto, me ha salvado la vida y evitado que se me quede la cara de cartón que se le quedó para toda la eternidad a la pobre Lidia. Una muerte, la de mi compañera, que, si he de ser sincero, tampoco es que me haya afectado mucho porque, aún en tierra, en la base de lanzamiento de Bárbate, poco antes de abordar la nave, le propuse que ensayáramos un poco eso de la procreación y me respondió que le dolía la cabeza, con lo que me barrunté que este viaje se me iba a hacer un poquito largo. Aunque nunca pensé que tanto. 

He estado comprobando los datos y los parámetros técnicos. Se supone que deberíamos estar en la órbita de Marte y apartando a manotazos con el mosquero a los miles y miles de chismes de todas las nacionalidades que rodean al planeta rojo. Sin embargo, como ya me percaté ayer y confirmando mis peores sospechas, aquí no hay ni satélites, ni sondas, ni chismes de ningún tipo. Aquí solo existe una acojonante nada, oscura y fría. 

Según el cuadro de mandos, de máxima fiabilidad y mi absoluta confianza porque es adaptado de la consola de un Seat 1500, es decir tecnología punta española; estoy a treinta y tres mil trillones de kilómetros de la tierra, o lo que viene a ser lo mismo, que he dormido un huevo y que no tengo ni la más remota idea de en qué punto del cosmos me encuentro. 

Afortunadamente con la conexión Wiffi no ha sucedido lo mismo que con la eléctrica y sigue ofreciéndome cobertura, de modo que he podido conectarme a Internet y de Google me he bajado un mapa del cosmos, con el que espero ubicarme y de Travesuras.Net una colección de videos porno, con los que espero consolarme, que uno nunca sabe cómo pueden ser de largas y aburridas las noches estelares. Aunque empiezo a hacerme una idea.  

Tengo apetito. Con tanto revisar el instrumental técnico y comprobar si tenía cobertura para el móvil (ni una rayita, oigan) que no me acordé de alimentarme. 

Voy a ver qué encuentro por la cocina.

(Continuará)