La historia de Abdou
Juan Luis Tapia.
Noviembre/22.
* Nota al posible lector
Halaka significa contador de historias, las que vais a encontrar en esta sección. Son historias sobre migrantes y vivencias fronterizas en el norte de África, de la vida en aquellos lares a tan solo 9 millas de las costas españolas. Tan cerca y tan lejos.
Ahí vamos.
El pájaro en la rama y ya no está. El verso de Francisco García Lorca describe con exactitud lo que ocurre con los migrantes en Marruecos. Llegan a Tánger, hacen una vida y de repente ya no están, cruzaron cuando menos se sospechaba. Abdou salió de Senegal huyendo del hambre. Pertenecía a una familia de clase media alta que regentaba una tienda de electrodomésticos, pero Abdou se había decidido por la música. Hubo un momento en el que el dinero no les daba para comprar alimentos. Decidió marcharse para sobrevivir y hacer carrera artística.
El sueño europeo le llegaba a través de los festivales musicales organizados en Senegal y por supuesto a través de la televisión vía satélite, una de las más poderosas armas de propaganda del paraíso occidental. Llegó hasta Mauritania, donde gracias a su música encontró trabajo en un lujoso hotel de la capital, Nuakchot. Pudo sobrevivir un tiempo, pero necesitaba de los permisos pertinentes y además su intención era dirigirse hacia el norte. Recaló en Dajla, la antigua Villacisneros, donde sobrevivió gracias a pequeños trabajos pero lo localizaron como ilegal y tuvo que escapar al norte. Llegó a Boukhalef, el barrio migrante de Tánger, en septiembre de 2014 y comenzó a trabajar como albañil para conseguir efectivo y poder comerciar.
La vida en el barrio tangerino es extremadamente dura para los subsaharianos. Le fue muy difícil encontrar una casa y obtener los papeles. La policía patrulla permanentemente por la zona, hacen redadas continuas en las que desalojan las casas y deportan a los detenidos, los suben a autobuses y los dejan a su suerte en ciudades como Oujda, en la frontera con Argelia. Abdu consiguió legalizar su situación en Tánger. “La ciudad me sedujo a primera vista y no tuve problemas para integrarme porque tenía un objetivo, es cierto que la población local no es muy acogedora, pero si estás motivado para tener éxito, puedes conseguirlo”, decía a este halaka en 2018. “Tenía como objetivo tener un trabajo estable y consolidado, y la buena relación entre Senegal y Marruecos hizo que mi vida fuera mucho más fácil aquí”, añadía. Había sido contratado como asistente social por el servicio de migraciones de la diócesis de Tánger. Su trabajo consistía en recibir a la población migrante en dificultad para acompañarlos y ayudarlos a encontrar soluciones a sus problemas. “Los ayudo a acceder a la atención médica, a hacer sus procedimientos administrativos, también los ayudo financieramente para poder tener una casa y alimentarse gracias a las ayudas de nuestro centro”, explicaba. “Soy musulmán y la mayoría de los marroquíes cuando nos ven en las instalaciones de la Iglesia piensan que hemos dejado el Islam, pero el Corán reconoce a Jesús como profeta. Además, Senegal es un país secular donde los musulmanes y los cristianos viven en perfecta armonía”, explicaba. Abdou se había inscrito en un programa de la diócesis de ayuda a la creación de negocios a los migrantes. Había conocido a su mujer en Tánger, una senegalesa que deseaba poner una peluquería africana en la ciudad. Abdou había conseguido abrir un pequeño comercio de bisutería y productos cosméticos de Senegal. “Aquí encontramos en Casablanca muchos mayoristas del mercado africano que traen los productos del país y los revenden en Marruecos”, comentaba.
Sin embargo, la verdadera razón de que Abdou estuviera en Tánger era la música. Tenía todos sus papeles en regla, un empleo, un negocio, una esposa y una hija, y además podía hacer su música sin problemas. Abdou era percusionista. Tocaba djebbe y calabash y tenía su propia banda formada por senegaleses. “Nuestro género musical es la música tradicional senegalesa asociada a la rumba, la salsa y el blues”, explicaba. “Para tocar en la calle se requiere autorización en Tánger y son los organizadores quienes solicitan el permiso a la policía y no nosotros”, comentaba desde su pequeño despacho en las oficinas de migraciones de la diócesis. Fue la organización eclesiástica quien no solo le apoyó en su carrera musical sino que le proporcionó un trabajo y estabilidad.
Abdou, pese a ser musulmán, animaba con su grupo muchas actividades organizadas por la diócesis e incluso participaba en misa con su música. Su grupo era habitual en los ciclos dedicados a las músicas africanas en Tánger. Además, se había sumado a la asociación de senegaleses de Boukhalef, un grupo de emigrantes subsaharianos unidos para resolver los trámites administrativos y asistir en sus necesidades en Tánger a sus paisanos. Abdou era persona de confianza en la diócesis. Migraciones tenía un programa de ayuda destinado a los migrantes que querían emprender en Tánger y de esa manera establecerse en la ciudad. Abdou accedió a ese programa para abrir la peluquería africana de su mujer. Era un ejemplo para en cierto modo mostrar una alternativa a cruzar el Estrecho, de que existía una vida en Marruecos. Pero quienes llegan hasta el Norte tienen la voluntad de cruzar a Europa y son muy pocos los que desisten de su empeño. La mayoría de los migrantes cuando hablan con un periodista solo muestran la punta del iceberg de su historia. Hablan más los silencios.
Uno de los temas musicales de Abdou llevaba un nombre un tanto especial, que parecía una coordenada, algo así como B-29. Un responsable de migraciones me descifró este pequeño enigma. Era un punto de partida de pateras de los muchos situados en la costa de Tánger. Abdou había sido detenido cuando la policía marroquí sorprendió a un grupo en el B-29 a punto de partir hacia la costa española. Los golpearon y encarcelaron, y luego fueron deportados al sur, al desierto, pero Abdou pudo salvarse. Lo había intentado y fracasó, pero aquella experiencia no le borró la sonrisa ni la alegría. Todo estaba estable, negocios, trabajo, mujer y una hija, y una vida tranquila. Este halaka se marchó de Tánger durante unos meses. A mi regreso en diciembre, en plena Navidad, encontré a la esposa de Abdou, quien ya había abierto su peluquería, pero ni rastro de Abdou. Preguntaba a sus compañeros de migraciones y solo recibía el silencio por respuesta. Había demasiados oídos a nuestro alrededor.
En la fiesta de Navidad de la diócesis, en un pequeño mercadillo, encontré a la esposa de Abdou, quien vendía bisutería y productos cosméticos africanos. Abdou no estaba, pero ella se encontraba tranquila y alegre, y no mostraba la más mínima señal de preocupación. Seguía la del silencio, pero un silencio que decía a voces que Abdou había cruzado a Europa. Nadie dice nada cuando un migrante logra cruzar. Se hace el silencio sobre dónde está, cómo lo hizo y de cualquier noticia que de pistas sobre su paradero. Simplemente se marchó. El pájaro en la rama y ya no está. A veces, cuando menos se busca se encuentra. Me topé con un compañero de Abdou en la asociación de senegaleses quien me comentó que Abdou aprovechó su actuación en un festival musical para cruzar camuflado entre los miembros de uno de los grupos participantes. Abdou había cantado boza. No me interesé más por su destino, pero me dicen que al protagonista de esta historia tiempo después le siguieron su mujer y su hija. Cuando alguien cruza el Estrecho ya no se pregunta, se hace el silencio y solo se contesta: ¡Boza! El caso de Abdou es uno más de los muchos que se producen, de personas que llegan a establecerse en las ciudades fronterizas, que aparentan una estabilidad pero que con su salida confirman que siempre tuvieron en mente cruzar a Europa.
Añadir comentario
Comentarios