El Avance del fascismo: Siglo XXI
Specula.
noviembre/24
Siempre que el mundo atraviesa una suerte de crisis económicas, sociales y de salud pública, el discurso autoritario gana terreno. Líderes con retórica fuerte, rayando el histrionismo y la capacidad polarizadora prometen "soluciones definitivas"
A los librepensadores nos preocupa mucho el fascismo. Lo podríamos definir como una ideología autoritaria, antidemocrática y nacionalista que marcó algunos de los capítulos más oscuros del siglo XX, y que retorna con gran protagonismo en el siglo XXI. La sociedad creyó que el fascismo había sido enterrado bajo los escombros de la Segunda Guerra Mundial y entre sus ruinas morales, pero en los últimos años, estamos siendo testigos de su resurgimiento y de una ola global de movimientos y líderes que defienden principios y métodos preocupantemente nacidos de aquellas fuentes.
Aunque era impensable llegar hasta esta realidad peligrosa, diferentes mecanismos han sido activados por el capitalismo, ahora le llaman doctrina neoliberal para lavarle cara, y sí, los hilos del poder económico trabajan por ejemplo en la normalización del autoritarismo.
Siempre que el mundo atraviesa una suerte de crisis económicas, sociales y de salud pública, el discurso autoritario gana terreno. Líderes con retórica fuerte, rayando el histrionismo y la capacidad polarizadora prometen "soluciones definitivas" para problemas complejos, generando un clima de desconfianza hacia el sistema democrático y presentándose como los "salvadores" que protegerán a su país y sus ciudadanos. Este tipo de liderazgo que apela a la emoción más que a la razón, acaba renegando de las normas democráticas más elementales, buscando consolidar el poder y el control sin miramientos.
Se nos ofrecen encaminados hacia el establecimiento de medidas coercitivas, (leyes mordaza) y el control de los medios de comunicación mediantes su subvención muchas veces, contratando en ellos publicidad, la represión de la oposición entre otras maneras desde el lawfare, y la militarización de la política.
Aunque no todos los movimientos autoritarios se declaren abiertamente fascistas, sí comparten una afinidad con sus métodos y objetivos: silenciar a los disidentes, fomentar la homogeneidad ideológica y concentrar el poder en una sola figura.
Luego está aquello de la raza como banderín de enganche. Es verdad que la globalización que ha traído muchos beneficios, también ha dejado a algunas comunidades en una situación de incertidumbre y resentimiento. Para quienes se sienten marginados o desplazados en sus propios países, los movimientos nacionalistas que celebran la identidad étnica o nacional se vuelven extremadamente atractivos. Los movimientos fascistas, que enfatizan la pureza cultural y la exclusión de los "otros", han encontrado un terreno fértil en esta crisis de identidad. A medida que estos grupos ganan adeptos, la retórica contra los inmigrantes, las minorías y los opositores políticos se vuelve cada vez más violenta y excluyente.
Complementaron con RRSS el presente y las utilizaron luego para la desinformación. Con ellas la manipulación de la información ha alcanzado un nuevo nivel de influencia y velocidad. Los movimientos de extrema derecha y ultranacionalistas utilizan campañas de desinformación para manipular a la opinión pública, sembrando dudas sobre instituciones democráticas, como el poder judicial allí donde no pueden cómpralo o el sistema electoral, y promoviendo teorías de conspiración. Este asalto a la verdad fomenta una atmósfera de paranoia y división, facilitando el ascenso de figuras autoritarias y el descrédito de la democracia. RRSS y medios de comunicación comprados se alimentan y retroalimentan de mentiras programadas y vestidas de verdades incuestionables. Ese círculo vicioso es muy poderoso.
El rechazo al diferente es uno de los rasgos más alarmantes del resurgimiento del fascismo. El aumento de los ataques contra minorías bajo el pretexto de "proteger la identidad nacional", de estos movimientos que alimentan el odio hacia grupos que califican como una amenaza a su visión homogénea de la sociedad. No solo se trata de discriminación, sino de un aumento en la violencia física y simbólica hacia comunidades LGBTQ+, inmigrantes, personas de color y otras minorías que, acaban en la marginalidad social y laboral casi siempre.
Es entonces cuando la intolerancia se convierte en política de estado cuando estos movimientos llegan al poder. Las leyes y normativas comienzan a reflejar una ideología excluyente, relegando a los grupos "indeseables" para limitar drásticamente sus derechos fundamentales. En lugar de abogar por la inclusión y la diversidad, los gobiernos con inclinaciones fascistas promueven un modelo de sociedad homogénea, en la que la disidencia es castigada de múltiples formas.
Todos los movimientos fascistas contemporáneos evocan un sentido de nostalgia por un pasado idealizado en el que, supuestamente, sus países eran fuertes y prósperos. Ignoran, cuando no falsean la historia de opresión y violencia asociada a ese pasado que glorifican. En lugar de avanzar hacia un futuro con valores democráticos y de inclusión, estos movimientos desean un retorno a tiempos en los que el control y la homogeneidad prevalecían. Este enfoque retrógrado tiene graves consecuencias para la innovación, la creatividad y la cohesión social y, frases terribles como la de Donald Trump “Votadme ahora para que no tengáis que ir a votar nunca más” se hacen hueco en algunos imaginarios colectivos.
Constatamos que el avance del fascismo parece imparable en bastantes lugares. No estamos sin embargo indefensos. La resistencia a estas ideologías requiere el fortalecimiento de la educación cívica, la puesta en valor de la diversidad y la creación de espacios para el diálogo. Las instituciones democráticas deben mantenerse sólidas y transparentes, y los medios de comunicación deben actuar con responsabilidad e independencia para evitar la propagación de noticias falsas y el alarmismo. La sociedad civil, por su parte, debe movilizarse y recuperar las calles para exigir que sus gobiernos respondan a los problemas de forma inclusiva y justa, sin recurrir al autoritarismo.
La historia ya nos ha mostrado las devastadoras consecuencias de una sociedad que permite el avance del fascismo. Hoy, más que nunca, debemos recordar esas lecciones y luchar para proteger los principios de libertad, igualdad y justicia que son la base de las democracias en el mundo. Queda claro entonces que el fascismo no es cosa del pasado, y si no tomamos medidas concretas, su sombra seguirá extendiéndose sobre el futuro para hacerlo lóbrego y muy desigual desde lo homogéneo.
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