La muerte de la Navidad

Specula.

Enero/23.

 

Seguramente cuando el lector de Mediterráneo Alternativa ponga sus ojos sobre esta columna, ya se hayan terminado los fastos navideños en su totalidad, o casi, y existen muchas posibilidades de que una vez superados los tres rubicones del tema: Noche Buena, Fin de Año y Reyes, haya cierto suspiro de alivio, cuando no incluso, una expresión airada sobre que cada año se hace más largo el asunto.

La RRSS son un buen termómetro de cómo el personal ha ido viviendo cada día con hartazgo las fiestas católicas, y basta con haberlas escudriñado a diario, para ver que este chicle estira cada año un poco menos.

Aquellos niños que fuimos, aquella ilusión que mantuvimos en nuestra infancia al calor de los sones de los villancicos, la fiesta solemne del día en el que se montaba un portal de Belén y el árbol, fue dando paso a solamente a un abeto postizo con todas las bolas iguales y sus luces, al sin sus luces luego, y finalmente a no poner ni adornos navideños en muchas de las casas ya.

Ahora somos nosotros los que tenemos que ir a los centros comerciales a poner sobre el mostrador, un dinero que acaso nos llegue con justeza a final de mes, o peor aún, que incluso se nos haga corto para alcanzar al día 31. Ya de adultos y desprovistos de la ilusión infantil, esta bacanal del consumo en la que la vertiente verdadera de las fiestas católicas se nos muestra, no ofrece grandes atractivos como antes nos pasaba. Por los niños decimos, igual que lo fuimos nosotros ilusionados que lo disfruten ellos ahora, y el motor de prolongar nuestras ilusiones infantiles es el único impulso que nos empuja hasta salir de la marejada de las fiestas.

Llegar a comprender que todo se reduce a perfumes caros, artilugios electrónicos de última generación y prendas un 30% o un 40% más caras que llegado el día 7 de enero, es acaso la razón de tanto hastío, de haber desentrañado el engaño consumista amparado en un nacimiento con un niño en un pesebre, y una caja con paja por colchón que ni siquiera se puede probar que alguna vez existió, y que se adaptó de las celebraciones romanas del solsticio de invierno, aunque las tarjetas constaten que hemos pasado por caja, por la otra caja, una y otra vez para cumplir aunque sea con desgana.

Esta sociedad de descreídos en la que nos vamos convirtiendo, se está desencantado de muchas de sus tradiciones y se posiciona en líneas prácticas y cercanas al bolsillo, a la estabilidad también hurtada, y a vivir que como aprendieron de sus abuelos, son dos días, y todo el dinero que decae en el comercio se trasvasa a la hostelería de manera mágica.

Así las cosas, los inventores de este entramado comercial y navideño, tendrán que estrujarse la sesera si no quieren perder por la mano la iniciativa de los consumidores y, o se olvidan de la fórmula de los “papás noeles”, o le dan una vuelta para que la Navidad vuelva a conectar con la gente y sus carteras, porque el viernes negro, Black Friday para hacerlo ampuloso, o las propias rebajas de enero o de verano pongo por caso, sí que invitan al consumo con normalidad y sin tener que rendir tributo a unas tradiciones en las que ya la gente ha dejado de creer.


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