Por los luchadores…
Elepé.
Julio/23.
En aquella época, Granada se convertía en un barrizal cada vez que llovía y el barro, era parte habitual en las suelas de nuestros
zapatos. Teníamos la mala costumbre de quitárnoslo sobre las maderas, imagínense como se ponían las clases y a veces, la
dichosa cartulina, caía entre los huecos de esas maderas.
Y hoy, toca de nuevo colorear una nueva hoja en blanco, pero antes quisiera recordar las enseñanzas de un maestro zen que trataba de explicar a un alumno cuándo debía soltar la cuerda del arco y lanzar la flecha... "Solamente cuando estés seguro de que el disparo será bueno, no importa que des en la diana, ni siquiera tienes que tener una diana, solo asegúrate de que el disparo es bello”.
Así me gustaría lanzar esta nueva remembranza, no sé si daré en la diana, pero voy a pasármelo bien conmigo mismo y espero que el “disparo” sea bello y consiga recordarles algo. En un día tremendamente caluroso para realizar el difícil momento de poner en orden recuerdos sobre mi educación, lo primero que me viene a la mente es la imagen del hermano Crispín y su túnica negra. Imagen que tienen ya casi sesenta años y que da juego para que las neuronas empiecen a funcionar y uno a escribir de su primer contacto con la escuela, de ese primer momento de compartir pupitre con un compañero, de esa edad pura, limpia como pueden ser los cinco años, de esas canciones como la de “Venid y vamos todos con flores a Maria”, una forma de educarnos y de paso humillarnos. Ahora mismo, escribiendo estas letras, visibilizo como el hermano Crispín nos daba las calificaciones.
Estamos hablando de mediados de los sesenta del siglo pasado y gustaba a este hermano, leer el nombre del alumno en voz alta para darnos o lanzarnos la “cartulina” con su nota correspondiente. Estas, eran de colores, la roja era suspenso, la azul aprobado, la rosa notable y la amarilla, sobresaliente. La entrega llevaba su protocolo.
Si estabas suspenso, la lanzaba y volaba por la clase hasta caer en algún lado y muchas veces, caía debajo de aquellas maderas tipo palet donde descansaban los pupitres.
En aquella época, Granada se convertía en un barrizal cada vez que llovía y el barro, era parte habitual en las suelas de nuestros zapatos. Teníamos la mala costumbre de quitárnoslo sobre las maderas, imagínense como se ponían las clases y a veces, la dichosa cartulina, caía entre los huecos de esas maderas. A continuación, había que subir a un estrado donde estaba situada su mesa, recibir en ambas manos los golpes de su maldita “chasca” sonora que utilizaba como “medicina de cura” por haber suspendido y bajar con una carita de pena que ¡pa qué!
Luego estaba el aprobado, el alumno se levantaba y la recogía desde la misma mesa. Así como el notable, al que le daba un apretón de manos y, por último, el sobresaliente. Con esta calificación, él se levantaba y se lo entregaba con apretón de manos incluido. Creo recordar que a veces había “caramelitos” como premio.
En fin, hablo de los Hermanos Maristas, donde realicé ese primer año escolar. Eso sí, el afamado “cara al sol” nunca lo canté, pero en el patio del colegio, tanto a la entrada, como en el recreo, como en la salida, no había manera de evitar la de “… con flores a Maria”.
Por último y para cerrar este capítulo, tengo la imagen también de un señor afable, no recuerdo su nombre, vendía chucherías a la entrada del colegio en un puesto movible, bien surtido y sobre todo de “pipas”, ¡Lavín! que buenas estaban y al comprarlas siempre le recordábamos; !eh “el mandaico”! que no era otra cosa que un “puñaico” más.
Mi familia vivía en el Camino de Ronda y en aquella época era un poco peligroso cruzarlo, no había semáforos, los que se acuerden ya me dirán. Dio la casualidad que se iba a inaugurar un centro educativo cerca de casa y se evitaría ese mal rato, así que mi padre, ante la oportunidad de juntar a todos los hermanos en un mismo colegio no se lo pensó dos veces.
De hecho, dos hermanos mayores venían de la academia Isidoriana y así, como se decía entonces, entré en un colegio de pago y cultivé mi formación, tanto para lo bueno como…
En el “Doro”, abreviatura coloquial que tenía el Colegio San Isidoro, hice preparatoria de ingreso e ingreso, comenzando en unas casillas bajas que estaban junto al edificio blanco, enorme, o así lo veía yo con siete u ocho años, y lo mejor, dejar de ver “sotanas negras” por unas profesoras muy cariñosas.
El paso al “monstruo” del edificio blanco se hacía a partir de primero de Bachiller y este lo realicé con diez años creo recordar (iba adelantado un curso).
En el “Doro”, las humillaciones eran a diario, no podía entender cómo se les insultaba a los alumnos, tanto por profesores como por los mismos compañeros. Mi apellido, ha dado mucho juego para mentes perversillas y maléficas que descargaron sobre mí sus lenguas afiladas. Aun así, nada que ver con las vejaciones que se hacían allí. Recuerdo muy bien, el día que pasearon por todas las clases del centro a un compañero, que portaba en la cabeza, las afamadas “orejas de burro”, hechas a cartón, impresentables o como actuaba el “cometizas”, un profesor que le gustaba chupar la tiza y de paso, pegar con la vara a compañeros que estaban desconcentrados.
La tomó en especial con un alumno que mantenía algún trastorno mental en su soledad y lo desconocíamos. Un día, este explotó y como nos gustó verle quitar la vara y recibir en su espalda la propia medicina que acostumbraba aplicar. Visibilizar como la clase entera se puso de pie para aplaudirle, no tiene nombre, era un subidón difícil de explicar, pero ahí estaban ya los primeros indicadores para acabar con aquella educación represiva, nefasta que había en nuestra generación y lo primero era quitarse el miedo hacia los maltratadores. Recapacito y observo como está hoy en día la situación.
Del “Doro” había que salir y la primera oportunidad que tuve para entrar en un colegio público no la desaproveche. Aliviaba salir de un centro privado “muy machito” para ir a uno público, mixto como era el Instituto Padre Manjón y, obviamente supuso más para el bolsillo de mi padre.
Para mí, supuso madurez. Eso de sentarse, al lado de chicas, ponía a uno muy nervioso, pero se asimiló rápido y creó toda una fantasía alrededor mía que abrió muchos caminos. Hablamos ya del año 1975, tenía quince años y la muerte del dictador, el referéndum de “gato por liebre” que planteaba ¿Aprueba el Proyecto de Ley para la Reforma Política? iba a marcarme y tener conocimiento de lo que estaba pasando en este puñetero país. Obviamente no podía votar, pero en ese instituto donde fui a parar, pasaban cosas, la gente era activa y había una lucha estudiantil que estaba creciendo como el hongo del Kéfir.
En nuestro primer viaje de estudios, inolvidable, se germinó buenas amistades e hizo juntarnos en un colectivo que nos llevaría a crear las Juventudes Socialistas de Granada que por entonces no existían. En cada reunión estudiantil, mejor dicho, las afamadas “asambleas” o estaban la Juventudes Comunistas o las de la Joven Guardia Roja, o…pero de la parte socialista, no había casi nada. Se participó en encierros en apoyo de los PNN, Día de Andalucia, traer la figura del animador sociocultural, en fin, había muchos frentes abiertos y todo esto, acompañado con las primeras experiencias sexuales en esa España todavía casposa que empezó a proyectar “basura” de despelote, así como revistas eróticas sin ninguna manera de entender el sexo. El conocimiento de los anticonceptivos abrió miles de debates y no olvidemos que se despenalizó su venta en 1978, separando por primera vez en este país, la sexualidad de la procreación. Otro tema era la despenalización de las drogas blandas. F. Gonzalez llegó a decir “legalicemos el porro. Es cosa sana”.
Un tema que estaba en pleno candelero era la amnistía de los presos políticos y como, me duele el no haber luchado por el COPEL, nuestra visión juvenil, era corta y llegaba hasta donde podía. Los partidos políticos iban primero a por lo suyo. La película “Modelo 77”, lo ha reflejado muy bien.
En el Manjón, hice sexto de bachiller, COU, y… “re”COU. Como conté al principio, iba adelantado un curso y en COU, me dieron fuerte y tres asignaturas suspendidas, hicieron que repitiera. Tenía 17 años y lo mejor de todo, tiempo.
Ese curso escolar me marcó gracias a un compañero de lujo, inolvidable, al que dedico el final de esta remembranza.
Lozano era un luchador, inconformista, laico, marxista y gracias a sus conocimientos cinéfilos creamos un Cine Club en el propio instituto con el beneplácito de un director encantador que se llamaba Eloy, mejor dicho, Don Eloy, catedrático de matemáticas y una persona mediadora increíble. Consiguió que la asociación de padres que por entonces eran del Opus Dei accediera a su creación. Llegó el día de la inauguración y no sabíamos que J. Luis, tenía guardado en mente proyectar una obra magistral y adelantada a los tiempos que vivíamos como era, “Cuerno de Cabra” de Metodi Andonov y un corto, el cual hizo que durásemos una sola jornada, la de la inauguración. En el corto que era también en blanco y negro, de la época del cine mudo, se veían a dos auténticas señoras en pelotas, tipo a las que pinta Fernando Botero y “magreadas” por un camarero de dicha época.
Su nombre, José Luis Lozano Trujillo, una mente de lujo, tremenda, abierta, única (https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Luis_Lozano).
Hasta aquí, bien, risas entre los estudiantes, pero el problema fue la repentina voz que salió a mitad del corto. Una afamada voz en “off” que decía ¡españoles, Franco a muerto! Y al final, su imagen, la del carnicerito de Málaga, el Arias Navarro que tantas veces hemos visto. Se imaginan lo que supuso, Cine Club cerrado y …a proyectar en el exilio. Trujillo era rápido, consiguió el Cine Club Universitario, por entonces en el A.M. Facultad de Ciencias.
Éxito de público, animamos a muchos profesores a venir y mira por dónde, que la película que se proyecta es “If”, una joya de Linsay Anderson con Malcom McDowell (La naranja mecánica) donde unos estudiantes se enfrentan al sistema educativo británico que mantiene una disciplina basada en el terror y donde al final mueren casi todos los profesores. Uno, no daba fe de lo que estaba viendo en la pantalla y en el rostro de los profesores.
José Luis fue un transgresor dejándonos largometrajes como “Penumbra”, cortos musicales, Tino Casal “Embrujada”, La Unión “Lobo hombre en París”, M. Tena “Sangre Española” … Esperando y deseando que este país no vaya para atrás, esta remembranza va por ti y por todo lo que me alumbraste, estimado amigo (DEP).
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