11M: tragedia e Infamia.
Jaime Tenorio.
Marzo/24.
Se cumple este año, el vigésimo aniversario del “11M”, hasta esa fecha el más grave de los atentados terroristas perpetrados en suelo europeo, y conviene, no olvidar los hechos de aquel día, no solo la tragedia, también las acciones de unos y otros.
Fue el jueves 11 de marzo de 2004, una fecha que quedó grabada a sangre y fuego en la memoria colectiva de los españoles, cuando a las 7:37 de la mañana, un artefacto explosivo colocado en un tren de cercanías de la red ferroviaria de Madrid, hacia explosión en la estación de Atocha, convirtiéndose en la primera de las once bombas que estallarían en los tres minutos siguientes, logrando el criminal objetivo de un ataque yihadista coordinado para hacer explosionar a la vez, y en cuatro puntos distintos de la capital de España, trece bombas que causaran una matanza entre inocentes, como represalia por la participación española en el ataque a Irak desencadenado un año antes por una colación de países encabezados por Estados Unidos, y donde el gobierno de España, presidido por José María Aznar y sustentado en la mayoría parlamentaria del Partido Popular, quiso jugar un papel que no tenía en el contexto internacional, en un delirio imperial más de los hampones fascistas, que costó la vida a 193 personas, y dejó más de dos mil heridos, en la atroz acción terroristas llevada a cabo por la multinacional terrorista Al-Qaeda, creada y financiada años antes, por los mismos Estados Unidos contra uno cuyos aliados entonces se revolvía, mordiendo con inhumano desprecio de la vida.
Tras la explosión de Atocha, llego, a las 7:38 de la mañana, la de un nuevo tren en la estación de El Pozo; un minuto más tarde otro artefacto explosivo volaba otro tren en la estación de Santa Justa, y casi al mismo tiempo, en la calle Téllez, se vivía una tragedia similar cuando otra de las bombas abandonadas en los trenes por los asesinos, estallaba segando la vida de personas que se dirigían a sus trabajos o clases. Personas que nada tuvieron que ver en la decisión de ir a la guerra, y de las que muchas, seguramente, se manifestaron contra la misma. Pero la sinrazón del fanatismo, y menos el terrorista, jamás atendió a razones.
Después del atentado llegó la intentona golpista de los franquistas, una más, con el objetivo torcer la voluntad de los españoles, del Ejecutivo de José María Aznar, que consciente de que aquella barbarie podía inclinar definitivamente la victoria electoral de unas muy ajustadas y reñidas elecciones que se dilucidarían tres días después, en el domingo 14 de marzo de 2004, hacia su rival político el PSOE liderado por Jose Luis Rodríguez Zapatero, maniobró de inmediato y de manera espuria intentó, a pesar de que desde el primer momento la línea de investigación de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado abordaron exclusivamente la autoría del atentado yihadista, achacar el atentado a la organización terrorista ETA, en la certeza de que eso les haría ganar votos y llevaría a la victoria de un Partido Popular, liderado entonces por Mariano Rajoy, elegido “digitalmente” por Aznar para sucederlo al frente de la banda franquista.
De nada sirvió el desmentido de la banda asesina ETA, que, en boca de un portavoz, Arnaldo Otegui, dijo: “La izquierda abertzale no contempla, ni como mera hipótesis, que ETA esté detrás de lo ocurrido hoy en Madrid”. Desde Moncloa, Aznar se dedicaba a llamar a los directores de los principales diarios de España, y corresponsales extranjeros, para asegurarles que los responsables de los atentados eran los etarras, al tiempo que la diplomacia española exigía pronunciamientos claros en ese sentido de instituciones internacionales, presionando en la ONU y la UE para que en sus comunicados de repulsa figurase el autor: ETA.
Ni el modus operandi, ni la envergadura, ni el momento, apuntan a un atentado aberzale; a las pocas horas de producirse la matanza, la policía trabaja ya con una única hipótesis; se trataba de un atentado yihadista. A pesar de eso el gobierno de Aznar insistía en la autoría de ETA en cada comparecencia pública de cualquiera de sus miembros.
A primeras horas de la tarde la hipótesis de ETA se cae por la evidencia y, salvo los miembros del ejecutivo, ya nadie cree en la autoría de la banda vasca, y la prensa, que entonces aún no estaba completamente corrompida, comenzaba a hacer su trabajo, el castillo de naipes que el gobierno de Aznar había montado para engañar al pueblo español y torcer el devenir democrático del país, estaba a punto de caer.
La presión de los periodistas por conocer la verdad es tal, que el miedo cunde en el ejecutivo del Partido Popular, e intenta cubrirse las espaldas con una rueda de prensa en la que el ministro del interior, Ángel Acebes, aun manteniendo la mentira de ETA, se abre a otras posibilidades, aprovechando el hallazgo de una furgoneta en Alcalá de Henares con detonadores y una cinta con versículos del Corán, de la que no se ha informado con anterioridad, y cuya existencia se conoce gracias a una filtración a la prensa, pero el ministro comete un error en su comparecencia, al afirmar: “acabo de dar instrucciones a las fuerzas y cuerpos de seguridad para que no descarten ninguna línea de investigación. Insisto, la prioritaria, la que la policía y la Guardia Civil considera igual que esta mañana esencial es la de la banda terrorista ETA”. Estas palabras encienden todas las alertas periodísticas, porque en una investigación seria y rigurosa, sin injerencias, ningún ministro debería dar instrucciones a la policía sobre qué línea de investigación ha de seguir. España se convence. El Gobierno de Aznar está mintiendo.
Por su parte la organización terrorista Al-Qaeda reivindica el atentado en una carta a un periódico árabe editado en Londres, una reivindicación de autoría a la que desde el primer instante el gobierno de Aznar intenta restar credibilidad
El drama de los muertos que están siendo trasladados al depósito improvisado en IFEMA, el sufrimiento y largo peregrinaje de sus familiares en busca de noticias, los heroicos y solidarios comportamientos del pueblo, y la rabia de todo un país, por una vez unido y sin fisuras, contra los asesinos, sin distinción de siglas, tapan aquella primera jornada las maniobras indecentes de un puñado de indecentes que, mientras España vivía compungida la tragedia de la muerte, ellos vivían aterrados la posibilidad de perder el poder.
Y lo perdieron; por su bellaquería.
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